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sábado, julio 6, 2024

La Colonoscopia

La colonoscopia no es un estudio sociológico sobre antiguos navegantes que pudieron llegar a América antes que Cristóbal Colón, ni una encuesta sobre los pueblos indígenas que habitaban en el Nuevo Mundo cuando arribó el almirante. La exploración del intestino grueso con un colonoscopio es una de las experiencias más desagradables que se pueden hacer pasar a un paciente que, durante una consulta por problemas gástricos, se queja de dolores abdominales o irregularidades en sus evacuaciones. La simple mención de «un estudio más profundo» por parte del médico conlleva inquietud y preguntas internas sobre qué tan profundo se referirá.

Quienes han pasado por esta experiencia dejan de jactarse con seguridad de «ni el pelo de una gamba». Entre otras cosas, los instrumentos flexibles —equipados con cámara, dispositivo de insuflación de aire, luz y casi un taquígrafo— tienen un grosor notablemente mayor. Los médicos imponen esta desagradable experiencia a cualquiera que, por desgracia, sufra de una persistente diarrea. Mis abuelas solían resolver estos problemas con agua de arroz y limonada.

Imagina la situación: en una sala fría (el aire acondicionado y el exceso de metal siempre hacen que estas salas se sientan frías), te acuestan de lado, en posición de costado derecho con las piernas juntas y ligeramente flexionadas, vistiendo solo una bata que se abre por detrás. «Tranquilo, relájese», dicen al unísono los médicos y las enfermeras, o la doctora y los asistentes. Sin tener tiempo para prepararse mentalmente, sientes unos dedos enguantados aplicando lubricante en una de las áreas más íntimas y difíciles de exponer, el único cero sin pareja, como los ojos o las orejas, en el cuerpo humano.

Casi sin recuperarte del tacto inicial… ¡zas! Un tubo invade la retaguardia y comienza una exploración tan incómoda e insoportable que solo el consuelo de estar anestesiado, en brazos de Morfeo, alivia el temor. Porque entonces, toda esa horrible experiencia se reduce a estar más de una semana preguntándote por qué aquel sanitario con gestos femeninos te acompañó hasta la salida. Vivirás atormentado para siempre, preguntándote qué sucedió después de que terminó la prueba y hasta que te despertaste. Nunca olvidarás la expresión del enfermero cuando te dijo en la puerta de la clínica: «Déjame tu teléfono, guapo, y te llamo otro día».

Don Paco
Don Paco
Colaborador de elburgado.com

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