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martes, enero 21, 2025

Recuerdos y anécdotas de unos años inolvidables

Días felices en La Tarde [1]

Cuento en mis memorias, y recordaba el otro día al fotógrafo y arquitecto Carlos Pallés, que yo entré a trabajar en el periódico La Tarde, en 1970. Fue el año en que el periódico se trasladó desde el Callejón del Combate al edificio de la fábrica de tabacos El Águila.

Mantiene el edificio un águila, no sé si de metal o de piedra, en uno de sus estrechos balcones. Y este fue el símbolo que utilizó Alfonso García-Ramos, que sustituiría a don Víctor Zurita como director a la muerte de éste, para encabezar sus artículos, con el título de Pico de Águilas.

Alfonso García-Ramos y Fernández del Castillo era un  hombre imaginativo, exagerado, autor de novelas tan interesantes como Tristeza sobre un caballo blanco, Teneyda y Guad. Con esta última ganó el premio Pérez Armas. Yo tengo el manuscrito, dedicado.

Conste que linotipistas como Navarro, Manolito, Félix el Palmero, Conrado (que luego ejerció como inspector de policía), Jesús (fundador de la imprenta Drago, que todavía es puntera en la edición de libros) y Santiago Tugores nos corregían a los redactores. Era gente ciertamente ilustrada. Respetuosamente, bajaban a la redacción y preguntaban: “¿Qué quieres decir con esto?”. Y nos ponían en evidencia.

Llegué al periódico La Tarde como meritorio, de la mano de Mario Zurita, el hijo mayor de don Víctor, que era abogado y muy amigo de mi padre. Mario era una persona inteligente y tenía un amor por encima de todos los demás: la isla de Tenerife. Un hermano de Mario, Jorge, era en esa época el alma del periódico, como coordinador entre la redacción y los talleres.

Don Víctor tuvo muchos hijos, la verdad no me acuerdo cuántos. Pero sólo dos trabajaron en el periódico: Óscar, que era un periodista muy seguro y muy buena persona, cualidades que escondía tras un notorio mal genio, que fue subdirector con Alfonso y a su muerte director; y Jorge, del que ya he hablado.

Permanecí en el periódico vespertino hasta el año 1976, en que me fui al Diario de Avisos de Pedro Modesto Campos. Y no fue por dinero, sino por proyecto.

Tuve dos cometidos importantes en La Tarde nada más entrar. Uno, en el 71, cuando la explosión del volcán Teneguía, en La Palma. Como enviado especial del rotativo. Dos, no sé si en el 70 o en el 71, cubriendo el famoso crimen de los alemanes, cuando un padre y un hijo torturaron y asesinaron a dos hijas y a la madre, tras cometer con ellas las mayores atrocidades.

De izquierda a derecha, Andrés Chaves, el padre Salvador Sierra Muriel, otro sacerdote no identificado y un jovencito Luis Ortega. (Foto Archivo Pallés).
De izquierda a derecha, Andrés Chaves, el padre Salvador Sierra Muriel, otro sacerdote no identificado y un jovencito Luis Ortega. (Foto Archivo Pallés).

El diario Pueblo envió a Tenerife a Raúl del Pozo, entonces reportero del periódico, a cubrir el suceso, con el fotógrafo Raúl Cancio. Del Pozo escribió crónicas magistrales desde esta isla e investigó por su cuenta. Hoy es un maestro de la crónica desde su tribuna de El Mundo; uno de los grandes periodistas españoles.

En La Tarde yo era el chico para todo y también el niño mimado. Lo mismo me encargaban cubrir una exposición de pintura que entrevistar a los famosos que llegaban a Tenerife. Recuerdo conversaciones con Concha Velasco; con Mary Santpere, que vino con un circo y hablaba con fuerte acento catalán; con Massiel, después de ganar Eurovisión; con  Manolo Santana; con el campeón mundial de boxeo tinerfeño Miguel Velázquez; y con la incomparable Pepa Flores, Marisol. Por citar sólo unas pocas entrevistas.

También me encargaron entrevistar a Richard Burton y a Elizabeth Taylor, que habían venido a la isla a comprar una finca, que al cabo de los años vendieron. Se alojaron primero en el Hotel Moreque de Los Cristianos y luego en el Mencey. Recuerdo que pude conseguir algunas gráficas de la pareja en el Hotel Moreque, gracias a que mi suegro era el médico de Los Cristianos y había sido invitado con su familia a un cóctel que el  establecimiento ofreció al matrimonio Burton.

Yo acudía, emperchado, a todos estos encuentros. En realidad, entonces vestíamos mejor que ahora, aunque cada tiempo tiene su estilo. Cuando colaboré, en el 71, en la última edición del Festival Internacional de la Canción del Atlántico, me encargaron dos cometidos. Que atendiera a los artistas participantes e invitados, ejerciendo como una especie de relaciones públicas, y ser secretario del jurado del concurso de canciones en la que sería su más famosa convocatoria y ya dije que la última. Acepté.

Recuerdo que acudí, en mi coche, un elegante Rover 2.000 blanco, a recoger a Nino Bravo y a su mujer, Amparo, al aeropuerto de Los Rodeos. Él venía como artista invitado, no concursaba.

Y seguía trabajando en La Tarde. Me ocupaba, con Jorge Zurita, de diseñar el periódico, al que habíamos dado un cambio. Lo habíamos modernizado, con el modelo del diario Pueblo, en el que yo realicé unas prácticas en la sección de diseño que dirigía todo un maestro, José Asensi.

El edificio de Pueblo, luego sede de un ministerio, tenía unos ascensores sin puertas que nunca paraban y un director adjunto canario, de Telde, Florentino López-Negrín. Él me facilitó las prácticas en el periódico. Los mejores periodistas de la época firmaban en ese rotativo, dirigido por Emilio Romero y que tenía cierta bula informativa con el franquismo.

Tenía grandes inquietudes por el diseño. Más tarde seguí un curso en la Universidad de Navarra, dirigido por el cubano-norteamericano Mario García, uno de los grandes del diseño periodístico del mundo. Allí conocí a un recordado profesor, Alfonso Nieto, que luego sería rector y con el que mantuve intensas conversaciones sobre periodismo, religión y enseñanza. Era una persona estupenda, numerario del Opus Dei.

 Cedrés, operario de talleres, saluda al alcalde de Santa Cruz, Javier de Loño, en presencia de Andrés Orozco. Paco Rojas, a la derecha, todavía lo puede contar (Foto Archivo Pallés).
Cedrés, operario de talleres, saluda al alcalde de Santa Cruz, Javier de Loño, en presencia de Andrés Orozco. Paco Rojas, a la derecha, todavía lo puede contar (Foto Archivo Pallés).

Esas enseñanzas de diseño las fuimos trasladando al periódico La Tarde, que dio un vuelco en cuanto a su aspecto en pocos años, después de que en 1970 pasara del viejo Callejón del Combate a la calle de Suárez Guerra. Incorporó un color. Recuerdo, entre sus empleados que no han sido nombrados, a los administrativos Inocencio y Segovia; a Manolo Silva, que era el botones; a Paco Rojas, a quien conseguimos que lo ascendieran a jefe de talleres cuando se jubiló Guillermo Salazar; a Tinerfe, a Soto, a José, a Ernesto, etcétera. Entre los redactores, Eliseo Izquierdo, Manuel Perdomo, Olga Darias, Pérez y Borges; a José Alberto Santana y al reportero gráfico Antonio Pallés, los dos últimos unos auténticos caballeros. Tenía José Alberto una sección, me parece que cuando trabajó en El Día, llamada Instantáneas, que era muy leída. En La Tarde, otra similar,  Altoberadas. Se trataba de chascarrillos y cosas curiosas que cazaba por ahí. Una especie de greguerías. Era un gran profesional y un hombre amable y educado. Guardo muy buen recuerdo de José Alberto. Siempre me trató con mucho respeto y yo a él, lo mismo que Antonio Pallés, un enamorado del cine y gran amigo de un actor portuense de Hollywood, Tom Hernández.

Cuando ingresé en el cuartel, creo que en 1971, me obligaron los militares a firmar con seudónimo. Me inventé el de Leo, que es mi signo del zodíaco. Ya he dicho que creé una exitosa página de información deportiva, llamada Leolandia, que leía todo el mundo porque contaba cosas que nadie se atrevía a publicar.

Dieciocho meses permanecí en Hoya Fría, pero no di palo al agua porque me refugié en el reino de taifas de la revista Atlántida, que dirigía el entonces capitán Carlos Ramos Aspiroz, fallecido en 2022, siendo coronel retirado. Fue agente del Cesid, los servicios secretos de entonces.

Muchas veces me iba a casa conduciendo el coche del capitán, con su gorra puesta, así que los tenientillos de guardia, los alféreces y los sargentos chusqueros de la puerta se cuadraban a mi paso y me abrían la valla de lejos, sin fijarse mucho. Otras veces me escapaba del cuartel por un tubo de desagüe que llegaba hasta la autopista del sur.

Me instruyó un joven teniente, ahora general en la reserva, José Pérez-Beviá, que luego se casaría con una amiga mía de la universidad, hoy magistrada jubilada. Cuando me licencié y fui a Almeyda a entregar la escasa ropa de guripa que me quedaba, el sargento me dijo: “Pero, coño, ¿tú existes? Te habíamos dado por prófugo”. Resulta que yo había sido destinado a Almeyda pero nunca me presenté porque Carlos Ramos me dijo que me quedara con él. Y se olvidó de comunicarlo.

En cierta ocasión, estando de guardia en el polvorín –la única guardia que hice en todo el servicio militar—, apareció por allí, de inspección, el jefe de día, que en aquella ocasión era el teniente coronel Melero. Yo llevaba un pantalón de paseo, una camisa de faena, una gorra prestada con la insignia de cabo primero; un desastre. El teniente coronel que comprobó el caos en la vestimenta, me dijo. “Cuando termine la guardia, preséntese en el bar de oficiales”. Yo le respondí: “A sus órdenes, mi teniente coronel. Usted hizo la guerra con mi padre”. Se paró Melero, me miró con cara de mala leche y dijo: “¿Y quién es tu padre?”. “Perico Chaves”, le dije. “¡Coño!, dale muchos recuerdos y un abrazo de mi parte. Ah, y no hace falta que vayas al comedor de oficiales pero búscate una ropa de faena adecuada para la próxima guardia”.

Guillermo Salazar, regente de Talleres de La Tarde, maneja las galeradas de plomo. (Foto Archivo Pallés).
Guillermo Salazar, regente de Talleres de La Tarde, maneja las galeradas de plomo. (Foto Archivo Pallés).

Algo parecido a lo que me ocurrió con el teniente coronel Melero me había pasado en los exámenes de reválida de cuarto. Llevaba flojo el inglés e hice un examen mediocre. No me iba precisamente a subir la nota esa prueba. Las reválidas, la de cuarto y la de sexto, eran duras. Cuando entregué el examen reparé en que el profesor era López de Vergara, un hombre simpático, que yo sabía que era amigo de un tío mío. Era hijo de un inolvidable secretario general del Cabildo de Tenerife y conocido abogado, don José Víctor López de Vergara. Y al tiempo que le entregaba el examen, le dije: “De parte de mi tío Miguel que muchos recuerdos para usted y para su padre”. Me preguntó qué tal me había salido la cosa y le respondí que regular. Debí caerle bien porque aprobé con buena nota la reválida de cuarto y el inglés me subió la puntuación.

Días felices en La Tarde, también cuando terminé la carrera de Periodismo. Cuando anuncié que me iba al Diario de Avisos, en mayo de 1976, Alfonso García-Ramos se cabreó mucho conmigo. Aquí, en este periódico, permanecí hasta el 82. En ese año me echaron. También sufrí mucho con la enfermedad de Alfonso. Su entierro resultó multitudinario. Fue testigo de mi boda y un gran amigo.

Tengo hoy la sensación de que, yéndome de La Tarde, lo traicioné. También me dio mucha tristeza la muerte de don Víctor Zurita. Yo seguía en el servicio militar cuando el veterano y brillante periodista desapareció. Había sido un profesional ilustre y libre. Escribió un libro que resultó fundamental para mi tesina de licenciatura y mi tesis doctoral: En Tenerife planeó Franco el Movimiento nacionalista. Lo prohibió la censura.

Andrés Chaves
Andrés Chaves
Periodista por la EOP de la Universidad de La Laguna, licenciado y doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense, ex presidente de la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife, ex vicepresidente de la FAPE, fundador de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de La Laguna y su primer profesor y profesor honorífico de la Complutense. Es miembro del Instituto de Estudios Canarios y de la National Geographic Society.

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