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jueves, julio 4, 2024

Una silla en Valorizandia

Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Valorizandia, un político llamado Don Goyo. Era conocido por su naturaleza tranquila y su costumbre de no tomar decisiones apresuradas. Había sido elegido con la esperanza de que su carácter sosegado aportara estabilidad y sabiduría al gobierno local.

Sin embargo, Don Goyo tenía una peculiaridad: confiaba plenamente en que los problemas del pueblo se resolverían por sí solos con el tiempo. Creía firmemente en el poder de la paciencia y en dejar que las cosas siguieran su curso natural. Así que, en lugar de actuar proactivamente, pasaba la mayor parte de su tiempo sentado en una silla, observando el ir y venir de los habitantes de Valorizandia.

Los aldeanos inicialmente encontraron su actitud reconfortante, pensando que reflejaba una confianza serena en el destino. Pero con el tiempo, comenzaron a surgir problemas que requerían acción inmediata: las calles se deterioraban, el suministro de agua era irregular, y los servicios públicos estaban en declive. Los ciudadanos comenzaron a inquietarse y se acercaban al ayuntamiento en busca de respuestas y soluciones.

Cada vez que alguien le presentaba un problema, Don Goyo respondía con una sonrisa tranquila y un gesto hacia el horizonte, diciendo: «El tiempo lo arreglará todo. Debemos tener fe en que las cosas encontrarán su equilibrio».

Pero el tiempo pasaba y los problemas se acumulaban. Los vecinos, cansados de esperar, decidieron tomar el asunto en sus propias manos. Formaron comités de acción comunitaria para reparar las calles, organizaron grupos de trabajo para asegurar el suministro de agua y comenzaron a resolver los problemas por sí mismos. Aunque al principio les cabreaba la falta de acción de su alcalde, con el tiempo, se dieron cuenta de que su auto-organización les daba una mayor capacidad de respuesta y cohesión como comunidad.

Finalmente, los lugareños se acercaron nuevamente a Don Goyo, esta vez para mostrarle su agradecimiento. Le dijeron que, aunque no había tomado acción directa, su actitud les había empujado a convertirse en una comunidad más fuerte y autosuficiente. Don Goyo sonrió, como siempre, y respondió: «Sabía que encontrarían el camino. La verdadera fuerza de un pueblo está en su gente, no en sus líderes».

Y así, Valorizandia prosperó gracias a la cooperación y el esfuerzo colectivo de sus ciudadanos. Don Goyo siguió sentado en su silla, observando con satisfacción cómo su pueblo florecía, demostrando que a veces, la falta de acción de un líder puede inspirar la acción en su gente.

Don Paco
Don Paco
Colaborador de elburgado.com

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