A los 89 años murió Marta la Brava, Marta Ferrusola, la Madre Superiora, la mujer de Jordi Pujol, la que llevaba los billetitos a Andorra y que lo controlaba todo. Esta señora ya no será juzgada. Era la encargada de insultar en catalán y de enfrentarse a los periodistas cuando estos pesados le hacían escraches en su vivienda de Barcelona, a punta de micrófono. Y era la que guardaba las perras que les dejó el abuelito Florensi, que debía ser muy rico en negro, pues esas perras eran muchas y su procedencia, incierta. Así que ya doña Marta no tendrá que pasar por las horcas caudinas de la justicia, sino que se postrará ante Dios Todopoderoso para rendir las cuentas de las ITV y de otras minucias. Sufría demencia desde hacía mucho tiempo pero quien está como una puncha es Jordi Pujol, a quien no le va a dar tiempo de gastarse las perras que se mamaron él y sus hijos. Pujol es un crack. A ese la independencia de Cataluña le importa un bledo. A él que le den pasta y ya está. Será para llevársela a la tumba, cuando le toque. En una boutique italiana en la que compro regularmente me han cogido el truco. Como no traen tallas de pantalones para mí, el tío ordenó a su costurera que desarmara un pantalón vaquero y lo uniera a otro y así, con dos, me hizo uno.
Todo con tal de colocarme el puto vaquero, así que pareceré Charlot, sin duda, pero como me comprometí a pagárselo, pues qué remedio. Son soluciones italianas y eso que el tío no es de Nápoles, donde pasan esas cosas, sino de Montecassino. Llamaré al general Clark y a los guardias nacionales de Texas en mi auxilio y me impondrán la Cruz Victoria por llevar los vaqueros unidos (jamás serán vencidos) del italiano de la boutique. Por lo menos el verano no está siendo tan agobiante como el del año pasado. Una amiga me ha invitado a Ibiza y me he negado, y eso que ella lo pagaba todo. No estoy yo para aventuras ibicencas. La última vez que estuve en la isla fue por cuenta de Seat, a probar el lanzamiento de un coche, hace ya años, con mi buen amigo Pepe Gómez Mar, paz descanse.
Qué tiempos. Pero ya no me provoca salir y menos con la calufa que debe hacer allí y lo caro que debe estar todo. ¿Para qué, para comprarme una camiseta y que me roben 30 euros? Para eso me la compro en C&A y me cuesta cinco, ahora con las rebajas. Ya no es como antes: ahora miro los precios antes de meter el producto en el carro. Los tiempos en que atábamos los perros con longaniza se terminaron. Ahora voy sacando las perras, euro a euro, de una caja de bombones que compré en Godiva, en la Grand Place de Bruselas, en un viaje al que me invitó mi amigo Juan Ruméu, en la noche de los tiempos. A veces pienso cuántas perras habrán pasado por esa caja, cuando eso, cuando atábamos los perros con longaniza, como decía mi recordado pariente político Florentín Castro, una buena persona a quien Dios tenga en su gloria.
