El dictador de Venezuela, Nicolás Maduro, acaba de vetar la entrada en el país del ex presidente argentino Alberto Fernández, que iba a actuar como observador en las elecciones del domingo. Cuestiona su imparcialidad, tras declarar éste a medios internacionales que “en democracia, el que gana, gana; y el que pierde, pierde” (ver declaraciones en esta edición).
Fernández recibió una comunicación del Gobierno venezolano indicándole que “mejor, no venga”. Cuestiona su imparcialidad por estas declaraciones y aumenta las sospechas de que el domingo será el día del mayor pucherazo en la historia de Venezuela. Significa que Maduro no piensa abandonar el poder.
Se teme un rosario de detenciones el mismo domingo, entre líderes de la oposición, y acaso un baño de sangre, que ya fue anunciado por el propio Maduro hace unos días. Venezuela en este momento es un polvorín que puede explotar el día 28.
Parece que no hay fisuras en el Ejército, que apoya a Maduro, merced a las prebendas de las que disfrutan las Fuerzas Armadas. El chavismo, ante la avalancha de manifestaciones opositoras, ha censurado medios de comunicación, cortándole los servidores. El país, en este momento, está apagado en cuanto a medios críticos con el régimen. Sólo funcionan los medios afines, que se vuelcan con el chavismo.
La situación es preocupante y la estrategia de Maduro, fracasada su campaña, parece que será acudir al poder y a la violencia. No se extrañen que se proclame ganador desde mediodía para alimentar una confusión que le beneficia. Hay un plan B: un avión en La Carlota, con todo lo necesario a bordo para unas largas vacaciones doradas fuera de Venezuela. Pero esto sería la última solución, si no pudiera controlar, ni siquiera por la fuerza, a la mayoría del pueblo venezolano, harto del chavismo.
