En el PP han valorado positivamente la negativa de Isabel Díaz Ayuso a visitar La Moncloa, como han hecho otros presidentes de comunidades autónomos, para volverlos a engañar sobre el desatino de la financiación de Cataluña.
Ayuso aduce razones de dignidad personal: Sánchez y su banda no hacen más que insultarla. Y se niega a ver al presidente del Gobierno, al que presumiblemente le quedan en el cargo cuatro telediarios.
El propio Feijóo ha dado la razón a uno de sus activos más valiosos, verdadera obsesión de Sánchez, que primero mandó a la Agencia Tributaria a perseguir al novio de Ayuso –en vez de al hermano del presidente—y después lo llamó “delincuente confeso”, desde Bélgica, desencajado. Y a Ayuso, prácticamente, la hizo cómplice de las supuestas implicaciones de su novio, Alberto González Amador. Un disparate que le puede costar caro al presidente del Gobierno.
El novio de Ayuso ha presentado acto de conciliación, previo a una querella por injurias y calumnias, contra el ministro Bolaños y el propio Pedro Sánchez, a los que solicitará indemnizaciones de 50.000 y 100.000 euros, respectivamente. Dados los duros calificativos vertidos por ambos contra un ciudadano que no participa en política, la querella tiene muchas posibilidades de prosperar, lo que supondría otro duro revés para Sánchez y su mariachi.
Desde la sede de la Comunidad de Madrid se motiva que el pacto con Cataluña va a ser letal para la unidad de España y la solidaridad entre todos los españoles, por lo que la presidenta no acudirá a La Moncloa. En el PSOE ya se está diciendo que se trata de una falta de respeto para con el presidente, aunque poco respeto ha demostrado Sánchez con Díaz Ayuso, con la que está obsesionado.
Con lo cual, la presidenta de Madrid una de las políticas más valoradas de España, cuya fama como responsable autonómica hace tiempo que ha traspasado las fronteras de este país, le da un portazo en las narices al que la intenta zaherir permanentemente. Y demuestra esta mujer su valentía, enfrentándose al Gobierno de sectarios que rodea a un presidente que ya está al borde de su propio desastre.