La dictadura comunista de Daniel Ortega y de su mujer, Rosario Murillo, ha amenazado con castigar severamente, incluso con penas muy graves de reclusión perpetua, a las religiosas que no abandonen el país antes del 31 de diciembre. Estas penas, repito, podrían conllevar cadena perpetua y quién sabe si la muerte.
Muchas de ellas y numerosos sacerdotes han optado por marcharse del país, ante el riesgo de ser apresados por la policía del régimen comunista de los Ortega, que gobiernan a su antojo en Nicaragua.
El matrimonio Ortega se ha atrevido a expulsar, e incluso a encarcelar, a altos dignatarios de la Iglesia Católica en el país, desafiando la libertad de culto y con la excusa de las acusaciones más peregrinas. Ahora la ha tomado con las religiosas, dedicadas a la enseñanza y al cuidado de los enfermos mayoritariamente, a las que ha dado un plazo hasta el 31 de este mes de diciembre para que abandonen Nicaragua.
Unas 250 religiosas se verán forzadas al exilio a países como Panamá y otros, que las han recibido.
La más empeñada en esta persecución religiosa es la sandinista Rosario Murillo, poetisa –muy mala—y esposa de Daniel Ortega, que la nombró co-presidenta del país. Se le considera en algunos ambientes como una mujer sanguinaria y sin escrúpulos, capaz de cualquiera atrocidad.
Se dice que es Rosario Murillo la que realmente gobierna en el país y que tiene abducido a su marido, un guerrillero que retomó el poder en Nicaragua y la convirtió en una de las dictaduras más sanguinarias de América Latina, junto a la de Venezuela.
Murillo, de 73 años, fue guerrillera del Frente Sandinista y se le considera una exaltada, sin el más mínimo escrúpulo a la hora de eliminar a sus rivales políticos.