Ayer tuvo lugar en la ciudad turística del Puerto de la Cruz una edición más del lamentable espectáculo del baño de las cabras, uno de los residuos más palmarios de maltrato animal, celebrado para deleite de los organizadores, pues no creo que los espectadores compartan este ejercicio de crueldad con unos animales estresados y aterrados.
Cientos de turistas con sus cámaras y móviles recogieron el momento en que un rebaño de cabras es introducido en el mar, por la playita del muelle pesquero, entre sonoros balidos de los pobres animales asustados y contra su voluntad.
Una tradición, reciente –desde los tiempos del excéntrico personaje popular Chucho Dorta, vestido de guanche, ya fallecido— no justifica este lamentable espectáculo, que también debería ser observado y multado por la autoridad sanitaria pues una zona dedicada al baño queda totalmente cubierta de excrementos de cabras, que tenían que estar en su hábitat natural y no bañándose en un muelle pesquero, ateridas de frío y asustadas por el leve oleaje del muelle portuense.
Algunos vecinos hablaban de presentar denuncias en los juzgados portuenses por vulneración de las leyes sobre maltrato animal. La ley contempla penas para quien cause estrés a los animales y dolor innecesario. En el caso del estrés, indudablemente, se produce en esta fiesta absurda e impropia de los tiempos en que vivimos.
Uno de los signos de la psicopatía es la crueldad con los animales, según estudios sicológicos a disposición de los estudiosos de estos comportamientos. El Ayuntamiento del Puerto de la Cruz debería tomar medidas al respecto y no permitir este tipo de espectáculos deplorables que denigran los comportamientos civilizados de las personas.
Por otra parte, al poco tiempo de la permanencia en la zona de un gran rebaño de cabras, la gente ya estaba bañándose en el muelle, en unas condiciones higiénicas dignas de una profunda revisión.