La política tiene estas ironías: los que más alardean de “organización” acaban perdiendo el control de la suya. Santos Cerdán, ex número tres del PSOE y responsable de encender velas a la obediencia interna, ingreso ayer en prisión provisional, es solo eso, provisional, y sigue siendo presunto, hasta que nadie lo condene, que eso es cosa de los tribunales. El ingreso lo ha ordenado el instructor del Supremo. Riesgo de fuga, riesgo de destrucción de pruebas y —el mejor de todos— conocimiento privilegiado de la trama. El hombre que lo sabía todo, pero juraba que no sabía nada. Y que le tienen manía por reunirse con “Puchy”.
Cerdán no es un cualquiera. Fue la mano que tecleó WhatsApps a barones díscolos, el rostro en las fotos con Puigdemont en Waterloo, el que aplaudía con ritmo de mitin todo lo que salía de Moncloa. Si el sanchismo tuviera una tabla de mandamientos, él las habría redactado al dictado de su jefe.
Y, sin embargo, cuando las grabaciones aparecieron —largas, nítidas, jugosas—, y los agentes empezaron a hablar de mordidas de cinco millones de euros, se encendieron todas las alarmas. Esta vez no eran «conversaciones sacadas de contexto», sino horas de audio en las que se delata algo peor que la corrupción: la costumbre.
La justicia por ahora no calla, la política sí. Mientras se decreta prisión provisional sin fianza para Cerdán, en Ferraz hacen como si Cerdán hubiera sido bedel. “Ya no está en el partido”, repiten, como si el Código Penal tuviera una cláusula de prescripción exprés por baja voluntaria. Montero, que hace dos semanas aseguraba que pondría la mano en el fuego por él, ahora dice que no lo conoce “tanto”. Le ha durado menos que una tendencia en TikTok.
Lo cierto es que la prisión de Cerdán deja al PSOE sin el principal arquitecto de su maquinaria interna. Y plantea una pregunta que en El Burgado no vamos a dejar pasar: ¿Hasta dónde sube el ascensor de la responsabilidad? Porque si el número tres está implicado en una red de adjudicaciones, cobros ilegales y favores cruzados con constructora, ¿de verdad vamos a fingir que esto se resolvía en cafeterías y no en despachos?
Desde la oposición, el PP pide elecciones. Como si un adelanto electoral desinfectara las manos. En Moncloa, Sánchez se escuda en la justicia y en que el partido actuó con celeridad. Pero lo que está en juego no es la velocidad, sino la raíz. ¿Hay una podredumbre puntual o un sistema que ya no distingue entre gestión pública y patrimonio personal?
La prisión eventual de Cerdán no es solo un hecho judicial, es un acto simbólico. Porque no ha entrado el clásico alcalde de pueblo con maletín en efectivo. Ha entrado en Soto del Real el tipo que marcaba la línea oficial, el que hacía listas, el que hablaba con el presidente.
Por mucho menos, otros partidos se han visto abocados a refundaciones. El PSOE, sin embargo, parece aferrado a la idea de que cambiar el relato es mejor que cambiar las prácticas.
Y seguimos en un país con síndrome de normalidad y hoy escribiendo, ya que hay huelga de señorías.
Lo grave no es solo la corrupción, sino el aburrimiento que produce. La ciudadanía o el pueblo –que me gusta más– ha empezado a ver estos casos como parte del paisaje. Que un alto cargo entre en prisión provisional debería sacudir conciencias, no generar bostezos. Y eso dice mucho más de nosotros que de Cerdán.
Lo advertí en mi libro, cuando el lenguaje institucional se convierte en coartada para la desmemoria, y el prestigio del cargo sustituye a la verdad del comportamiento, la democracia no se resiente solo por lo que se hace mal, sino por lo que se acepta como inevitable. El problema no es que haya corrupción, sino que haya manuales para gestionarla sin que salpique.
En El Burgado, al menos, no vamos a dejar de preguntar. Porque aunque nos llamen pesados, preferimos eso a formar parte del ruido. El mismo ruido que ahora intenta tapar los amigos que tenía el preso preventivo.
me encanta como dices las cosas, muy claras!!!
Ni una coma más, ni una menos. Bravo 👏.