En las islas había pocos entretenimientos. Y muchos de ellos eran los salones donde se ofrecían bailes, aquellos lugares llamados “salas”, con las mejores orquestas del momento. Para mí, la mejor fue siempre la Nick and Randy, convertida luego en un castellanizado Nicanrandy. En ella destacaban músicos tan buenos como Nicasio Ramos y Tinito Ramos y el cantante Dominguito, famoso por su interpretación de “Domitila”.
Había, como digo, varias orquestas de renombre, que eran garantía de que las salas siempre se iban a llenar: la España, de Arafo; Los Roques, de Garachico; Los 5 de Tejina; la propia Nick and Randy, la más internacional de todas, que acompañaba a Antonio Machín cuando venía a Tenerife con su pianista Botafogo; y Los Bajip, de La Gomera. Casi siempre eran cinco sus miembros, que empezaron a uniformarse cuando vieron la elegancia de la Billos Caracas Boys, el día en que Paco Padrón la trajo a Tenerife. Su líder era el dominicano Billos Frómeta, pero la procedencia de la orquesta era venezolana.
En la barra de las salas, de las que ahora hablaremos, había siempre un expositor giratorio, con los casetes grabados por las orquestas actuantes en los estudios Aries, propiedad de Pepe Fernández, tan buen promotor musical como persona, que tenía su estudio, si no me equivoco, en la calle Santa Rosalía, en el barrio del Toscal.
Las salas, donde el personal se magreaba a gusto, gracias a la luz tenue y a su propio entusiasmo, no exentas de la permisividad justa y necesaria, eran, entre otras, el Cine Castillo, en Tegueste; la Sala Suprema, en Guamasa; la Sala Titanic, que no recuerdo dónde estaba; y la Sala Acacia, en El Sobradillo.
En la puerta de cada una de ellas se colocaba un gordo de portero, generalmente un ex luchador, quien cada vez que alguno protestaba porque no podía entrar –generalmente por su pinta de jediondo— señalaba un cartel colocado detrás de él que rezaba: “Se reserva el derecho de admisión”. El gordo era inflexible y se escudaba en el cartel para que no se le colara ningún follonero.
Había, dentro, un olor mezcla de Old Spice, Floyd y Varón Dandy, con mayor intensidad de esta última marca, una colonia grasienta que aún se vende por ahí y que se utiliza mucho en las medianías. El Old Spice es también una colonia propia de magos. Grasienta como la madre que la parió y de un olor constante desde hace siglos. La usaba Pedro Picapiedra. Mi padre usaba Floyd y los barberos de su época, como Servando, en el Puerto, y Braulio, en La Orotava, te frotaban con Floyd tras el afeitado y, si les dabas mucho la lata, te sacudían unas tortas tremendas, con la excusa del útil masaje facial, que te dejaban la cara paralizada.
El vocalista de esas orquestas, más tieso que un garrote, dedicaba las canciones a “la señorita del traje verde” (que estaba muy buena), o a la señora gruesa del fondo, “en las vísperas de su aniversario”. Entonces decir señora gruesa no era llamar gorda a nadie. Se tomaba como un cumplido. Cómo cambian los tiempos. Si la cantante de la orquesta estaba casada con algún miembro de la misma, y tú la mirabas con cierta lascivia, el marido siempre te trancaba: “¿Y tú qué estás mirando?”, decía, desafiante. Y seguía cantando.
Contaba Pepe Fernández que, una vez, un batería, para lucirse ante la audiencia, le dijo: “Don José, hágame un favor, póngame el bombo fuertito que yo le traigo una garrafita de vino la próxima vez”. Y entonces Pepe le colocaba un micro cerca del bombo al batería y aquello sonaba como un trueno.
Pepe Fernández llegó a vender decenas de miles de casetes de orquestas canarias, como lo están oyendo, a través de sus expositores en esas salas y en las gasolineras. En una sola noche podía vender 200 casetes de la orquesta que estaba tocando, dado el entusiasmo que despertaban estos grupos de cinco entre el personal bailón.
Luego ya todo aquel entusiasmo se vino abajo porque empezaron las discotecas sofisticadas de whisky de garrafón, donde los camareros les decían a las guiris: “Finito dancing, ¿posible ir a apartamento?”. Entonces el pichinglis se convirtió en idioma, el horterismo presidía las sesiones y empezó el turismo de masas y nacieron los Cintra, en Santa Cruz y en el Puerto; el 33 Norte; los Golden; el Samantha; El Coto, el Victoria y todos los demás.
Antes estuvieron de moda los cabarets, La Caracola, el Tabares, el New Tabares y todos aquellos, en los que el puterío alternaba con los cantantes de baladas y boleros, llegados de muchos lugares de la España cañí. Épocas que ya no regresarán. O quién sabe, porque la historia siempre se repite.