Durante décadas, el plátano canario se ha usado como emblema de identidad y esfuerzo colectivo. Pero tras esa apariencia se oculta una dependencia que frena el desarrollo del archipiélago. El problema no es el plátano, sino todo aquello que dejamos de construir por mantenerlo con vida artificialmente.
En economía, el concepto de coste de oportunidad es el precio de nuestras decisiones. Cada vez que elegimos una opción, renunciamos a todas las demás, y esa renuncia tiene un valor perdido, aquello que podríamos haber obtenido si hubiéramos elegido distinto. Cuando el Gobierno destina más de 141 millones de euros anuales al plátano, a través del programa POSEI, ese dinero deja de invertirse en otros proyectos: educación, innovación, emprendimiento o reducción de impuestos.
El resultado es una paradoja, un producto que se mantiene gracias al dinero público, mientras otros sectores con mayor potencial quedan relegados. Cada euro que sostiene una actividad ineficiente es un euro que no impulsa el futuro y esa renuncia no es visible, porque el coste de oportunidad nunca se refleja en los balances de situación.
El plátano se ha convertido en un caso de dependencia estructural: un sector que sobrevive no por su competitividad, sino por la protección política que lo rodea.
Esa red de ayudas crea una ilusión de estabilidad, pero en realidad inmoviliza la economía local, concentrando recursos en mantener lo viejo en lugar de permitir que surja lo nuevo.
El discurso oficial defiende la subvención como una cuestión “estratégica”, pero en la práctica perpetúa una economía poco dinámica, dependiente de decisiones administrativas y no de la capacidad productiva de sus habitantes.
Un ejemplo de eliminaciones de subvenciones que generaron crecimiento y diversificación se dió en Nueva Zelanda. Durante los años 80, se eliminaron prácticamente todas las subvenciones agrícolas. Los agricultores, lejos de desaparecer, se adaptaron: diversificaron cultivos, mejoraron productividad y abrieron nuevos mercados. Hoy, el país es uno de los mayores exportadores de productos agrícolas de alta calidad, sin depender de la política interna para sostenerse.
La prosperidad no vino del subsidio, sino del esfuerzo y la creatividad que surgen cuando los recursos dejan de estar atados a lo improductivo.
El plátano canario ha sido tratado con compasión, no con visión.
Mantenerlo a toda costa se ha convertido en una cuestión emocional más que económica, pero ningún territorio prospera protegiendo lo que ya no puede crecer.
Es cierto que una reducción de las subvenciones al plátano canario provocaría, en un primer momento, una pérdida de empleos en el sector. Pero esa visión se queda en la superficie del problema. La economía no se destruye, se reajusta. Los recursos, el trabajo, la tierra, el capital, se desplazan hacia actividades más productivas y sostenibles, que pueden generar más valor sin depender de transferencias públicas. Ese periodo de ajuste puede ser doloroso y requiere políticas que faciliten la transición, pero a largo plazo libera a la economía de una estructura artificial y permite que surjan nuevos sectores, más competitivos y menos vulnerables. En definitiva, lo que se presenta como una pérdida inmediata es, en realidad, una inversión en independencia y crecimiento futuro.
El canario no necesita que se le siga pagando por producir lo mismo, sino que se le permita generar más. El verdadero futuro de las islas no está en el plátano que se subsidia, sino en la riqueza que podría florecer si esos recursos se destinaran a lo que sí puede competir.






«La economía no se destruye, se reajusta», brillante.