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viernes, octubre 11, 2024

Ya no queda nada del lenguaje de la bendita Transición

Hay un lenguaje en la política. Un lenguaje que evoluciona y, como evoluciona, cansa cada vez más. Un lenguaje pobre, ininteligible, un lugar común en la comunicación que en muchas ocasiones nos hace la vida insoportable. Al menos a mí.

Durante la dictadura del general Franco, que fue la única que conocí bien –ya era periodista entonces–, el lenguaje inaguantable se reducía a los masones y a las conspiraciones judeo-masónicas, tan citadas desde el balcón del Palacio de Oriente –hoy, Palacio Real–. Cuando Inglaterra nos ponía bonitos aludíamos a la pérfida Albión y así salvábamos la situación. Desde luego, los halagos estúpidos al caudillo eran, sencillamente, una cagada.

Pero también en el franquismo las cosas evolucionaron. Franco cambió varias veces sus muletillas. De masones, los  del manguito pasaron a  ser franc-masones y el caudillo se refería al contubernio de Munich y a las reuniones de los monárquicos en Estoril, en Villa Giralda, que acabé por visitar durante un viaje a Portugal, cuando ya don Juan no vivía allí y la mansión estaba bastante abandonada. Hecha una ruina.

No obstante, este lenguaje cursilón, aduloncillo y repetitivo pertenecía casi exclusivamente a las elites. Los concejales, y menos los de pueblo, no se atrevían a hacer política, ni a pronunciar frases rimbombantes que ni ellos mismos entendían. Hoy es común escuchar a un edil de pueblo hablar de sostenibilidad social, que él no sabe lo que es; y a un alcalde citar a una actuación trasversal. ¿Qué es hacer política trasversal, alguien lo sabe?

En la bendita Transición, la izquierda se inventó las plataformas y, más tarde, las platajuntas. Nunca supe lo que significaban. Y la gente decía: “Si quieres que nada se solucione, nombra una comisión”. La frase es válida hasta en nuestros días. Ninguna comisión ha solucionado nada en España, y mucho menos si se trata de una comisión parlamentaria. Todas han fracasado y, ¿saben por qué? Porque a nadie le interesa aclarar nada en este país.

En la actualidad, los políticos se han cargado el género epiceno, el neutro. La Real Academia siempre advirtió sobre la prevalencia del masculino sobre el femenino. Se decía: “Queridos ciudadanos” y no hacía falta indicar: “Queridos ciudadanos y ciudadanas”. El abuso de la reiteración ha dado como resultado situaciones ridículas como la de aquella ministra de Zapatero que aludió a “miembros y miembras”, dándole de paso una patada en la boca al idioma.

El exacerbado feminismo ha caído en el más espantoso de los ridículos. Es como la palabra negro. En Sudamérica llamarte negro es un signo de afecto. En Norteamérica se ha hecho peyorativo el término. Y se sustituye por “prieto”, que no significa precisamente negro, sino prieto. Como prietas las filas, recias marciales. Y eso.

La izquierda es muy pesada con sus latiguillos. En la época de Zapatero, la negación del epiceno se hizo terrible. “Ellos y ellas”, “compañeros y compañeras”, hasta “miembros y miembras”. Dios mío.

Cuando la bendita Transición, lo de la plataforma fue también terrible. Montaban plataformas los ferroviarios, los taxistas, los conductores del metro, los sanitarios y hasta las putas; todo el mundo tenía a mano una plataforma, que no era otra cosa que un lugar común para reivindicar cualquier cosa.

Duró la cosa hasta que los que no habían pisado nunca una alfombra –generalmente los de la izquierda socialista y comunista– se acostumbraron tanto a ellas que ya no hablaban como pobres y desheredados de la fortuna, sino que se hicieron ricos y compraron tapices más caros, incluso, que los de la Real Fábrica. Entonces dejaron de pertenecer a plataformas y platajuntas y disfrutaron de sus dineros y de sus palacios, mientras la justicia permanecía secuestrada; porque los que mandaban eran los políticos y no los jueces, como ahora, que han tomado la antorcha del poder, quizá porque la mamadera se hizo tan descarada que teníamos que parecernos a Italia, a Tangentópolis, y a su reacción judicial, Manos Limpias. Llegaremos a la caza de brujas, no lo duden. Llegaremos a ver estatuas ecuestres del difunto senador republicano McCarthy en las plazas de nuestras ciudades, una vez derribadas las del general Franco. Bueno, ignoro si McCarthy montó alguna vez un caballo, como el de Pavía.

Mucha culpa de todo esto la hemos tenido los periódicos y los periodistas, esos ilustres robaperas que pululan por tertulias y estudios de radio y televisión. Imitamos y damos cancha al lenguaje de los que ejercen la política, que generalmente son los que no tienen otra cosa que hacer. Esta moda de ahora de falsificar currículos o de recibir doctorados y masters que no se hacen realmente dice bien de que a la cosa pública acceden muchísimos iletrados, incapaces de seguir normalmente una carrera y de aprobar cabalmente un puñado de asignaturas o una oposición. Los discursos de los políticos son vacuos, sin contenido. Igual ocurre en los púlpitos. Al contrario que en la bendita Transición, donde había eclesiásticos intelectuales y hasta –dicen— que intelectuales puteros, como el cardenal Tarancón, los curas se han vuelto idiotas. Yo no aguanto ya un sermón de ninguno de estos analfabetos. Y menos una tertulia de supuestos periodistas que ni siquiera han pasado por una facultad.

También ha desaparecido el glamour. Pongo un solo ejemplo, Comparen, si no, a la hortera de la ex ministra de Justicia, Lola Delgado, fiscal del Supremo y esposa del ex juez prevaricador Baltasar Garzón, con Carmen Díaz de Rivera, hija de Serrano Súñer y de la marquesa de Llanzol. Comparen la elegancia de Adolfo Suárez con la pose magurriona y fatua del líder artificial que nos toca soportar, el tal Pedro Sánchez. No hay color. ¿O es que alguien no recuerda aquel famoso discurso del puedo prometer y prometo, parece que escrito, o ayudado a escribir, por el periodista Fernando Ónega?

Comparen a los periodistas progres de ahora, Mamen Mendizábal, los Escolar, el otro gordito de la Sexta, Ana Pastor, Ferreras, el tal Évole, compárenlos con Pepe Oneto, Emilio Romero, Pedro Jota, Ónega, Victoria Prego, Pedro Rodríguez (brevemente, porque murió de forma prematura), Juan Tomás de Salas, Aguirre Bellver y tantos otros del tardo franquismo y la Transición. Estos últimos querían a España y dieron constantes lecciones de periodismo sin agredir a nadie. Con una información atractiva y nada sectaria. Entonces leer Triunfo, Cambio 16, Interviú y otras publicaciones, era una delicia. Y qué decir del atrevimiento.  ¿O ya no recuerdan a aquella Susana Estrada, con las tetas al aire, sentada en las rodillas del gran Tierno Galván? ¿Y las arengas de Tierno, con su “sería menester”?

Hay lenguajes y personajes para todos los tiempos. Y muletillas impresentables que perduran a lo largo de esos tiempos. El concejal al que un día escuché, en la COPE local, hablar de sostenibilidad social no tenía ni puta idea de lo que decía. Y luego el alcalde del pueblo remató la jugada con lo de política trasversal. Me niego a entenderlo. Me niego a  ser cómplice de una forma de hablar que no me gusta, de confundir el culo con el feminismo y de hacer del feminismo una bandera única, a la que hay que seguir ciegamente, como parte del pensamiento también único de la izquierda ramplona, cada vez más sectaria, antigua y disfrazada de moderna. Prefiero aquellos gags de Tip y Coll traduciendo al francés cómo se llenaba un vaso de agua. O lo de “el próximo día hablaremos del Gobierno”. Eran geniales, se vacilaban de la izquierda y de la derecha. Se reían de ellos mismos.

Los famosos Tip y Coll. Inimitables.

Empecé con el lenguaje y termino con las actitudes. Los comunistas como Anguita eran hasta graciosos y honrados. Compárenlo con los de ahora, con los chiquilicuatres de Pablo Iglesias y su mujer, Monedero, Echenique, Ione Belarra y su tropa de las mareas. No son mareas, son tsunamis llenos de odio y adornados con un discurso antiguo, manido, sin gracia, sin que sean capaces de arrancar una sonrisa al destinatario. Ni siquiera son simpáticos, ni dan ejemplos: algunos viven en chalés maravillosos que vigila la Guardia Civil a costa de nuestros impuestos. Esta es la España que nos dejan.

Josep Tarradellas era un auténtico señor. No como los de ahora.

¿Y qué digo de Cataluña? Tarradellas era un señor. Su “ya soc aquí” nos llenó a todos de alegría. Y la hombría, la serenidad y la ausencia de odio con las que administró Cataluña durante el tiempo que presidió la Generalidad, a su vuelta, tras su exilio. Miren a estos de ahora: peleados como putas de un burdel, sin una pizca de sensatez en sus actuaciones, sectarios, irrespetuosos con las instituciones españolas y sus representantes, desobedientes y obligando a usar el catalán hasta en los recreos de los colegios. Vamos, hombre. Su referéndum fue una mierda, llena de trampas, su propaganda chimba no resiste en mínimo análisis y la mamandurria que han ejercido en los últimos tiempos, desde Pujol hasta nuestros días, ha sido vergonzosa. Estos son los que quieren moralizar su futura república. Váyanse por ahí; payasos, con perdón para los payasos, que por lo menos tienen gracia.

Lenguaje y actuaciones, desde la Transición. Desde luego que hay mucho más. Recuerdo los corrillos inteligentes en los días de la muerte de Franco. Yo estaba en Madrid, empapándome de una nueva era, de la era que iba a abrir la España secuestrada al mundo, de nuevo. Gente que se jugó la vida y el prestigio en crear otra España. Y no como ahora, con un país lleno de mediocres y de sinvergüenzas, que falsifican expedientes académicos y predican moralidad. ¿Moralidad de qué? Mentecatos, incapaces de llevar a la nación por la senda constitucional y por el camino de las leyes. Atrás quedaron las plataformas y platajuntas; ahora llega el feminismo falso, la reivindicación pesada, la bandera del arco iris y las locas medio desnudas exhibiéndose en la caravana multicolor del Orgullo. Esa es su modernidad y su progresismo (y ahora, crucifíquenme, mándenme a la hoguera por decirlo). A tomar por saco, yo ya no me subo ni a un descapotable a correr la sortija, no vaya el público a sacar falsas conclusiones.

Andrés Chaves
Andrés Chaves
Periodista por la EOP de la Universidad de La Laguna, licenciado y doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense, ex presidente de la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife, ex vicepresidente de la FAPE, fundador de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de La Laguna y su primer profesor y profesor honorífico de la Complutense. Es miembro del Instituto de Estudios Canarios y de la National Geographic Society.

1 COMENTARIO

  1. La mediocridad tiene premio en la actualidad. Tanto en Política como en Comunicación.
    Pocos grandes profesionales de ambas ciencias sociales quedan hoy en día. Se confunden mucho algunas cosas y no se da la importancia que deberían tener la honradez, la ética y el buen hacer profesional.

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