En medio de los ecos festivos de la Pascua en Roma, una imagen buscada por Washington dejó entrever un intento de recomponer puentes con el Vaticano. El vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, culminó su visita oficial a Italia con un breve pero significativo encuentro con el Papa Francisco, apenas minutos antes de que el Pontífice lanzara su esperado mensaje pascual al mundo.
El gesto diplomático no pasó desapercibido. En plena Plaza de San Pedro, y ante decenas de miles de fieles, el Papa denunció con firmeza el trato a los marginados, entre ellos los migrantes, en una clara alusión a los conflictos humanitarios contemporáneos. El momento del mensaje coincidió sospechosamente con la visita de Vance, número dos de una administración que ha endurecido su discurso y sus políticas sobre inmigración, provocando el rechazo del Vaticano en meses recientes.
Vance, convertido recientemente al catolicismo, pareció buscar una imagen conciliadora en plena festividad cristiana. Pero el contenido del mensaje papal, leído por su maestro de ceremonias debido a su convalecencia, no evitó tensiones diplomáticas. Francisco fue claro al hablar de la violencia contra los más vulnerables y el desprecio hacia los migrantes, un discurso que resuena con más fuerza cuando se considera el contexto de las políticas migratorias lideradas por Trump, su jefe político.
Aunque la Casa Blanca ha intentado matizar sus choques con el Vaticano, el Papa ya había expresado en febrero su preocupación por las deportaciones masivas desde Estados Unidos, instando a resistir narrativas discriminatorias. La respuesta de la administración Trump fue poco diplomática: acusó al Papa de entrometerse en política y recordó que el Vaticano “también tiene muros”.
En este marco, el viaje de Vance a Roma se presenta como una maniobra de reposicionamiento más que una visita de cortesía. Su encuentro con el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, sirvió para hablar de conflictos internacionales, pero también —y especialmente— de migración y refugiados. El comunicado oficial destacó las «buenas relaciones», aunque el lenguaje diplomático no logra disipar las tensiones reales.
El simbolismo fue inevitable. Mientras Francisco recorría la Plaza en papamóvil, visiblemente más recuperado tras su enfermedad, Vance abandonaba Roma, quizás con más de un mensaje encriptado del Vaticano bajo el brazo. Para muchos observadores, la visita no fue otra cosa que un intento de lavar la imagen de una administración que, en temas clave como la dignidad humana y la protección de los más débiles, ha chocado frontalmente con la visión del Pontífice.