Los Estados Unidos de América han dado por bueno el triunfo del candidato opositor de las elecciones presidenciales de Venezuela, Edmundo González Urrutia. La Secretaría de Estado ha comunicado esta decisión, que será irreversible.
La principal valedora del ganador, la inhabilitada María Corina Machado, anuncia que pasa a la clandestinidad, a la vista de los peligros que corren ella y su familia. Esta decisión lo que hace es constatar la persecución a la que la tiene sometida el régimen de Maduro, un hombre obsesionado con María Corina Machado hasta límites demenciales. Un dictador que no tiene ninguna excusa, que primero la recusó como candidata, la inhabilitó para que aspirara a la presidencia y que ahora la quiere encarcelar.
A Maduro se le ve muy desmejorado. Ha perdido varios kilos, los trajes le quedan muy holgados y él se refugia dentro de ese abominable chándal, similar al que usaba Chávez cuando se vestía de Pájaro Chogüí. No se separa de su esposa, Cilia Flores, que parece dictarle los discursos.
Para hoy sábado están convocadas manifestaciones, una del chavismo y otra de la oposición, pero se duda de que asista a ella María Corina Machado, que puede haber salido del país o que esté refugiada en alguna embajada extranjera. No se ha hecho pública esa información.
La bandera de Brasil ondea en la Embajada de Argentina, donde se refugiaron cinco miembros del comando electoral de Edmundo González Urrutia, que no pueden ser arrestados por los chavistas ya que gozan de protección diplomática, ahora del Gobierno brasileño, que intenta conseguir salvoconductos para que puedan salir del país.
Precisamente, el presidente Lula, el presidente Petro (Colombia) y el presidente López Obrador (México) son los tres dignatarios extranjeros encargados de hacer entrar en razones a Maduro para que permita una transición pacífica a la democracia. Y para que reconozca el triunfo electoral de la oposición. No va a ser nada fácil.
Algunos analistas indican que para lograr una transición pacífica en Venezuela es precisa una amnistía general, que los ocho millones de venezolanos que han huido de su país (fundamentalmente por razones económicas) puedan regresar libremente y que se proceda a la construcción de un Estado nuevo, que garantice la convivencia. Naturalmente, también con la libertad de los centenares de presos políticos internados en las cárceles chavistas.
No será fácil, porque el chavismo ha concedido demasiadas prebendas a los suyos y será complicado que sus destinatarios renuncien a algunas de ellas. Fundamentalmente los militares, cuyos altos cargos se han enriquecido con esas prebendas. Derechos adquiridos a los que no van a renunciar. También los cargos civiles que han formado parte de los gobiernos chavistas y que han esquilmado el dinero del petróleo, dinero del pueblo venezolano. ¿Será posible legislar una amnistía bajo estos parámetros? Habrá que intentarlo.
Por otra parte, los 1.000 detenidos por las manifestaciones post electorales están siendo puestos en libertad con cuentagotas, hay contabilizados –datos no oficiales— unos cincuenta muertos y un número no determinado de heridos y, curiosamente, quienes más activos se están mostrando contra Maduro son los habitantes de los barrios más pobres de las ciudades. En Caracas, los habitantes de los cerros (casi todos de origen colombiano) y el peligroso Petare, en las afueras de Caracas, prácticamente impenetrable para las fuerzas de seguridad.