
Fue improvisada, de verdad. Estaba prevista la entrevista, pero apareció Juan Carlos Barbuzano por mi casa y le dije: “Ahora o nunca”. Conectó un móvil viejo que tiene –la penuria es el sino de los medios modestos— y, para mi sorpresa, me pidió un calcetín, de esos que se ponen con los tenis para que no se vean. Se lo di, metió el teléfono dentro y de pronto el vetusto Apple recogió y emitió un tono de voz perfecto para la emisión; y mantuvimos Juan Carlos y yo una entrevista de media hora, que ya emitió en Antena de Canarias, la volverá a emitir mañana y también la tienen usted aquí, por si la quieren escuchar.
Estuvo entretenida y hablamos de mis “Memorias Ligeras”, que por cierto ustedes pueden pedir a la editorial, si quieren. Aquí tienen un anuncio con el número de teléfono. Lo mismo que el libro de Juan Inurria, que es muy interesante, sobre todo es útil para los juristas que actúan en los casos de delitos contra el honor y todas esas zarandajas.

Bueno, pues estuvo aquí un rato Barbuzano y mañana, o cuando quiera, continuaremos la conversación, pero ya en plan desayuno. La radio moderna se puede llevar, como hace él, en una mochila. Es este Barbuzano un periodista de raza, con raíces matrimoniales portuenses y que domina el quehacer de la ciudad. Me preguntó por el alcalde actual. Me da que no es como su hermano Lope, al que yo le tengo mucho afecto, a pesar de que no me hace puto caso desde que saltó del Ayuntamiento al Cabildo. Pero, bueno, da igual. Al final, las cosas son como son, no como uno quiere que sean. He instalado una vieja cadena que me regaló Loli en su día, la he colocado en el despacho y estoy escuchando la música que grabó Toni Miralles y que repartía en “Los Limoneros”, en la noche de los tiempos. Qué buena selección. Toni, camarero del restaurante, llegó a tener una discoteca en Bajamar. Yo una vez compré cientos de discos de otra, que quebró, pero eran casi todos una mierda. El que me los vendió me engañó. Y yo se los pasé a Alberto Segura para que a su vez los vendiera en sus tiendas. Los mejores me los mamaron mis sobrinos, que se dedicaron a venderlos en internet en un momento de descuido. Lo mejor que hicieron, así se ganaron unas perras.

Bueno, hablo de Joaquín, el del Betis, el mediático, y de su mediática esposa, Susana Saborido. Ahora salen a relucir presuntas infidelidades de Joaquín y hasta un cuñado aprovechado, quien, por pasta, dice que “el matrimonio de Joaquín con Susana es una farsa, ella prefiere el dinero a un matrimonio feliz”. Coño, con cuñados como éste no hacen falta enemigos. Y todo por aparecer el cuñado infiel en los programas del corazón, esos que destruyen a la gente y que la gente se los traga con papas. Resulta que parece que Joaquín mantenía conversaciones subidas de tono con una tal Claudia Bavel, artista de cine de picantes actuaciones. ¿Y qué? Y el tal José Saborido, al que presumo hermano de Susana, se ha ido del pico, no sé si en un momento de debilidad y ha soltado dardos sobre el matrimonio. A ver cómo queda esto. A mí los cuatro, Susana y Joaquín, y sus niñas, me caen del diez. Y termino con “El País”. Están los que trabajan allí con sus culitos encogidos, porque el que fue gran periódico de la Transición, donde hoy mandan cuatro feministas regañadas, va a cambiar de directora –parece que a director—y muchas cabezas van a rodar. Porque Oughourlian, presidente de Prisa, está harto de doblar la rodilla ante Sánchez y de que le tomen en el pelo desde la redacción de “El País”. Se ha cargado al antipático Contreras y a Núñez, hombres de Sánchez que tenía infiltrados en el Grupo, y, repito, van a rodar más cabezas. Parece que una mujer será la CEO del Grupo y ya se barajan varios nombres para la dirección de un periódico que ahora pinta poco en España y ya se vende casi nada por sectario, por sanchista, por pelota y por cantor de las andanzas del habitante de La Moncloa que, si ustedes me lo permiten, a mí y a millones de españoles nos tiene hasta las pelotas. Lo que ocurre es que el PP parece que ha desaparecido. ¿Y quién es Feijóo? Joder, vaya muermo. Como Rajoy. Gallegos tenían que ser.