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Cajasiete
sábado, 12 julio,2025

Una cena de empresa

Ocurrió en diciembre pasado y guárdenlo para próximos diciembres. Como cada año, una empresa organizó su tradicional cena de Navidad, esa entrañable velada donde el protocolo laboral se disuelve en copas de vino barato y discursos empapados de buenas intenciones. Todo iba bien hasta que, entre el cuarto brindis y el segundo intento de karaoke, la fiesta se tornó en un ring de boxeo verbal y un aparente intento de agresión. Un empleado insultó a otro y, de repente, la empresa se encontró con un dilema digno de un drama judicial de horario estelar, con la consiguiente llamada al que suscribe.

Los hechos (o algo parecido) El incidente sucedió entre dos compañeros o compañeras que, hasta ese momento, habían compartido cafés de máquina y silencios en el ascensor sin mayores problemas, mas que uno  o una era del Madrid y otro del Atleti. Uno de ellos, poseído por el espíritu de lo etílico, decidió expresar su opinión sobre el otro con un adjetivo poco amable. Debemos situar los hechos en esta época que todo es ofendible. Se desconoce el término exacto empleado, pero algunos testigos aseguran que fue algo entre «incompetente» y «figura decorativa con contrato». Lo cierto es que el aludido no se lo tomó con humor y la discusión derivó en una acalorada disputa, seguida de un sutil lanzamiento de servilletas, por ponerme fino.

La empresa actúa, con protocolo en mano, que lo tiene, pero dice:  ¿Qué hago, como empresario, en estos casos? Si la empresa cuenta con testigos, podría sancionar al agresor aplicando la temida «teoría gradualista», que suena a doctrina filosófica pero en realidad es la forma técnica de decir «primero aviso, luego castigo». En cambio, si no hay testigos fiables (porque, admitámoslo, a ciertas horas la memoria es difusa), la investigación interna se convierte en un apasionante juego de «qué versión suena más convincente».

En un mundo ideal, el protocolo de acoso entraría en acción como un superhéroe corporativo, asegurando que la empresa se preocupa por el bienestar de su plantilla, además de velar por su plantilla. Sin embargo, en la mayoría de las empresas, dicho protocolo duerme el sueño de los justos en alguna carpeta olvidada. Si no hay protocolo, tocará improvisar con reuniones, actas y una dosis de paciencia digna de un monje tibetano o de un abogado procesalista en un juzgado que se pase a preguntar ¿cómo va lo mío?

Sanciones y finales posibles. Si tras las pesquisas se demuestra que el insulto fue grave (y no sólo el reflejo de una copa de más), la empresa podría sancionar al agresor según el convenio colectivo y el protocolo de acoso,  que en estos casos actúa como el Oráculo de Delfos laboral. Si el infractor es reincidente o muestra orgullo por su ofensa, podría enfrentarse a un despido, aunque con un despido procedente tan difícil de justificar como un viernes productivo.

En definitiva, la fiesta de empresa vuelve a demostrar su poder destructivo. Lo que comenzó como un evento para fortalecer lazos acaba convertido en un expediente disciplinario y una mañana de resacas tanto físicas como burocráticas. Y el empresario diciéndome: Nunca mas Don Juan.Y así, entre brindis y tensiones laborales, el ciclo corporativo sigue su curso, dejando una lección clara: si bebes, no insultes… al menos hasta que se apaguen las luces. ¿Quién fue?

Juan Inurria
Juan Inurria
Abogado. CEO en Grupo Inurria. Funcionario de carrera de la Administración de Justicia en excedencia. Ha desarrollado actividad política y sindical. Asesor y colaborador en diversos medios de comunicación. Asesor de la Federación Mundial de Periodistas de Turismo. Participa en la formación de futuros abogados. Escritor.

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