Somos muchos, y es un hecho irrefutable y no discutible; igual que tampoco lo fue para nuestros antepasados, porque para todos siempre empezamos a ser muchos.
Ha habido cambios importantes en los últimos años y es también innegable que nuestras mentes han sufrido mucho, han tenido que aceptar muchos cambios y sin razones. He escuchado en estos días que hay muchos ingresos en los hospitales de pacientes con problemas psiquiátricos, mayormente, personas jóvenes que intentan hacerse daño a sí mismos, sumidos en una tristeza, que únicamente logran calmar con abuso de estupefacientes.
Basta subirse al tranvía un día cualquiera, a cualquier hora, los episodios de personas vulnerables que han perdido la razón por cualquier motivo, que gritan, que cantan y hasta molestan ; simplemente hay que dar una vuelta por la estación de guaguas, y en cualquier esquina o lugar, puedes encontrar personas con la mirada perdida y absolutamente idas. Y si hubo un tiempo en el que de vez en cuando hablábamos de alguien que deambulaba por las calles y hasta nos parecía gracioso, hoy paseemos por cualquier ciudad o pueblo de cualquier isla y encontramos a muchas personas con la mirada triste.
Pero hay distintos tipos de tristeza. Algunos aprovechan sus vacaciones en La Mareta, en la isla de Manrique, para pasear por los mercadillos, en busca quizás de un reconocimiento que no sólo han perdido, sino que han transformado en rabia interna e impotencia; y encuentran silbidos y protestas.
Hay tristezas que se riegan con millones para unos, problemas para otros, miedos, inseguridades y promesas para los pocos que realmente quieren una oportunidad, porque “haberlos, haylos”, reza el dicho, y no le falta razón cuando el titular es que una ONG recibe entre enero y febrero 7 millones de euros, la misma organización cuyos datos son que ha atendido a un 98’92 % de personas masculinas y un 1’08 % de mujeres, siendo el rango de edad mayoritario el comprendido sobre los 21 y 25 años.
Y esos jóvenes que navegan durante días y conservan su móvil; para celebrar su tristeza celebran el “Gran Magal” por Vecindario, cantando y vitoreando, sin necesidad de avisar a nadie, ni siquiera al centro u hotel donde se hospedan, porque lo más importante son los derechos que tienen cuando llegan. Algunos cantarán por aliviar la tristeza de estar lejos del hogar, otros por no haber podido aún coger el avión que los deje cerca de Europa, otros porque esta no es la tierra prometida, y unos pocos porque todo les da igual.
Y parecería que nuestras tristezas nunca nos llevaron a emigrar, y no es así, los canarios emigramos y subimos a barcos para navegar por un Océano y buscar una oportunidad, pero no fuimos en busca de una cultura distinta a la nuestra, ni tampoco fuimos en busca de ayuda, fuimos a trabajar y construir un camino que nos llevara a la prosperidad.
La tristeza de otros dirá que es odio el intentar tener sentido común, o simplemente opinar, porque da miedo cuando no “hay miedo a expresar”.
Otras tristezas son gritos de felicidad, unión y familia con olor a fruta y horno donde tostar las tortas que del corazón caerán; durante varios meses se reúnen por barrios, cantan, festejan y enseñan a los niños la tradición; el día esperado desde su calle saldrán, cargan su corazón decorado y entre amigos, familia y vecinos el peso casi que no se notará; y al son de una isa y una folía, enfrente de la iglesia homenajean a San Bartolomé, quien bendecirá a todo un pueblo cuyos colores llenan la plaza de verde, naranja y amarillo, símbolo de un pueblo y una familia unida; la misma familia canaria que unida lucha por no perder su identidad.