En medio de la solemnidad que supone la elección de un nuevo papa, TVE vivió un episodio que ha generado malestar interno y reavivado la discusión sobre los límites del entretenimiento en la televisión pública. Mientras los profesionales del ente desplegaban una cobertura rigurosa desde Roma para informar sobre el Cónclave, el programa “La familia de la tele” decidió enviar a una de sus colaboradoras, Marta Riesco, a cubrir el evento con un enfoque alejado de los estándares del periodismo.
La decisión, criticada abiertamente por el Consejo de Informativos de RTVE, ha sido calificada como un acto que compromete la credibilidad de los servicios informativos de la cadena. “Ni el tono ni la forma son lo que se espera de una televisión pública en un evento de esta envergadura”, denuncia el órgano interno, que ha instado a la presidencia de RTVE y al Consejo de Administración a revisar la participación de este tipo de formatos en coberturas noticiosas.
Lo ocurrido no solo ha sido percibido como una frivolización del papel informativo de la corporación, sino también como una falta de respeto hacia los periodistas que, con profesionalidad, llevan días cubriendo el proceso papal. El uso del micrófono oficial de TVE para lo que ha sido considerado por muchos como una parodia informativa ha encendido las alarmas sobre la confusión entre información y espectáculo.
En contraste con el desatino de “La familia de la tele” el Consejo de Informativos ha felicitado a los profesionales del área de noticias de RTVE por su cobertura seria y comprometida, subrayando la relevancia del servicio público que ofrecen. También han valorado positivamente la reacción de la dirección al priorizar la información institucional durante la jornada clave del Cónclave.
Este episodio ha abierto un debate necesario: ¿qué lugar debe tener el entretenimiento en una televisión pública cuando se trata de hechos de interés mundial? Para muchos dentro de RTVE, la línea es clara. Y lo ocurrido en Roma no solo la ha cruzado, sino que ha puesto en tela de juicio el futuro de una televisión pública que, en ocasiones, parece más interesada en las audiencias que en la función pública que la justifica.