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Suiza abrió hoy una vía para un eventual cara a cara entre Vladímir Putin y Volodímir Zelenski al anunciar que concedería inmunidad al presidente ruso si acudiese a Ginebra para participar en conversaciones de paz sobre Ucrania. El Consejo Federal, a través de su ministro de Exteriores, Ignazio Cassis, explicó que la exención ―limitada y estrictamente vinculada a la celebración de una conferencia de paz― permitiría a Putin pisar suelo suizo pese a la orden de detención emitida por la Corte Penal Internacional, al amparo de los privilegios e inmunidades que los Estados anfitriones pueden otorgar a quienes acuden a negociaciones oficiales. La posición pretende conciliar la neutralidad helvética con la necesidad de facilitar un proceso diplomático creíble.
El movimiento de Berna llega después de que París propusiera Ginebra como sede “ideal” y neutral para un encuentro entre los dos líderes, opción a la que se han sumado mensajes de apoyo desde Roma y que encaja con los esfuerzos europeos por reactivar el canal político tras meses de estancamiento militar. La apuesta por Suiza compite, no obstante, con otras capitales barajadas por Washington, que ha deslizado Budapest como alternativa en caso de que Moscú rechace la plaza suiza.
La oferta de inmunidad no supone una renuncia de Suiza a sus obligaciones internacionales, subraya el Gobierno helvético, sino una excepción circunscrita a la logística de una cumbre de paz, limitada en el tiempo y en el objeto, que no alteraría la vigencia de la orden de arresto fuera de ese marco. Varios analistas recuerdan que estos supuestos existen en la práctica diplomática para permitir contactos al más alto nivel, aunque siempre generan debate jurídico y político, especialmente cuando hay crímenes de guerra bajo investigación.
Las gestiones de Estados Unidos y aliados europeos para que Zelenski y Putin celebren una reunión preparatoria han ganado tracción en las últimas horas, con la Casa Blanca explorando escenarios y garantías que hagan “útil” el encuentro. La hipótesis de una cumbre escalonada ―primero bilateral y, si cuaja, una cita posterior con presencia estadounidense― se abre paso mientras se perfila un paquete de garantías de seguridad para Kiev que combine apoyo militar, defensa aérea y compromisos económicos.
Para Ucrania, el valor de la cita dependerá de que Moscú se mueva más allá de los gestos y acepte parámetros mínimos sobre integridad territorial y devolución de menores deportados. Kiev insiste en que cualquier relajación del expediente judicial internacional sería inaceptable y que la inmunidad técnica para asistir a una cumbre no debe confundirse con impunidad.
En Moscú, el Kremlin evita confirmar compromisos firmes sobre un desplazamiento de su presidente, aunque no ha cerrado la puerta a un contacto si obtiene contrapartidas políticas y de seguridad. El cálculo ruso pasa por proyectar imagen de disposición a negociar sin atarse a condiciones que interprete como una derrota, mientras explora sedes que perciba más favorables o menos expuestas a gestos simbólicos contra su delegación.
La ecuación para Suiza es delicada: preservar su reputación como mediador fiable y terreno neutral, sostener la legalidad internacional y, a la vez, ofrecer el margen operativo que requieren las grandes citas diplomáticas. Si la propuesta cuaja, Ginebra volvería a su papel clásico de ágora del multilateralismo; si descarrila, Berna habrá expuesto su capital político por una apuesta de alto riesgo en un momento en que el orden internacional demanda resultados tangibles, no solo fotos de familia.