La idea no prosperó, pero Santa Cruz, en tiempos del alcalde Zerolo, pudo ver circular por sus calles taxis diseñados por el gran Jiri George Dokoupil, uno de los grandes de la pintura europea. Incluso hizo el artista un diseño en miniatura de un taxi y lo firmó por debajo.
Eran unos coches pintados de vivos colores, que le hubieran dado a la ciudad un aire distinto. Dokoupil es el autor del Muñeco de Nieve, una de las esculturas más originales de cuantas se exhiben en Santa Cruz, una contradicción entre la isla del sol y una nieve que sólo aparece un par de veces y allá arriba, en la montaña, en el Teide. La escultura sí salió, pero los taxis no; y fue una pena porque habrían alegrado un montón el triste panorama urbano de cualquier ciudad. Una idea de Dokoupil y del gran alcalde que fue Miguel Zerolo. Juntos pudieron hacer bonitas cosas. Pero Dokoupil un día se fue y luego volvió –tiene un hijo tinerfeño— y ahora creo que vive entre Praga y Las Palmas, pero más fuera que en Canarias. Guardo un grato recuerdo suyo y en cierta ocasión me dibujó, sobre un trozo de mármol, el logo de El Burgado que un día vamos a volver a usar. Veremos. Bueno, me refiero ahora a la cantidad de extranjeros que entra cada día en la iglesia matriz portuense, la parroquia de Nuestra Señora de la Peña de Francia.
Tal cantidad de gente que yo estoy asombrado. Son curiosos, claro, pero muchos dejan unas monedas en el cepillo, así que la iglesia está muy limpia, muy bien conservada y los agustinos, comunidad religiosa que la regenta, se esmeran mucho en que el templo se muestre impecable. Y mucho que me alegro. El otro día, en la manifestación que organizaron en Santa Cruz los venezolanos residentes en la isla, en favor de la democracia en su país y contra Maduro, sólo vi a dos políticos. Manolo Fernández y Carlos Tarife. Debe ser que los demás estaban de vacaciones porque no apareció casi nadie con cargo público para respaldar a la colonia venezolana. Hombre, del PSOE no se esperaba a nadie, pero de los demás partidos, sinceramente yo sí esperaba a alguien más. Se ve que estaban tomando el sol en Las Teresitas. En Madrid están viviendo con cuarenta grados y subiendo. Y en Toledo, con 41. Una amiga mía que fue ayer a Toledo no se atrevió a salir del hotel. Le pregunté a qué había ido y me respondió que a comprar una espada toledana para decoración. Coño, pues espera al invierno, que hace frío y es más agradable. A mí me encanta ir por la calle peatonal principal, junto al Alcázar, hasta la plaza de Zocodover y comprar chucherías en las tiendas de turistas. Y lotería de Navidad. Y mi amiga Carmen Rubio, catedrática, que acaba de llegar de Nueva York, me dice que un helado, diez dólares; que han subido los taxis, que el precio de los hoteles se ha mantenido y que la ropa ha pegado un pepinazo, incluso en los outless. O sea, que mejor no vayan a Nueva York, que se quedan aquí, que todavía aquí se puede vivir. Carmen se va ahora al sur de Francia, cerca de Marsella. Bueno, ahí todavía no podrá catar, porque sale en noviembre, el Beaujolais Nouveau, el sabrosísimo vino aguapatas francés que es toda una cultura. A mí me encanta comprarlo en carretera. Hay mil sitios en toda Francia en donde lo venden. Se producen unos sesenta millones de botellas cada año. Las últimas me las regaló mi buen amigo y editor, Antonio Salazar.