Sánchez está envejecido. Se le notaba en el congreso, en el día de la chamarra marrón. Se le notaba cansado y él sabe que los fuegos de artificio del auditorio de Sevilla eran ficticios, completamente falsos. Eran 1.000 compromisarios pagados con sueldos oficiales, en distintos organismos, disfrazados en un carnaval de delegados, una red clientelar insuperable, palmeros de nómina, que no aportan nada: ni debate interno, ni corrientes, ni candidatos alternativos. Es Sánchez, el amado líder, una especie de Kim Jon Il, versión Unión Europea. El PSOE ya no existe y mientras los Frankenstein apoyen seguirá ahí y me da que va a seguir ahí hasta las elecciones, porque no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista. Cuando Sánchez caiga, que caerá, porque todos caen, tarde o temprano, los palmeros se tornarán en silbadores de barranco y los aplausos en palmas y abucheos. Entonces agachará las orejas y se irá a tomar viento, con su Begoña a cuestas, a afrontar los problemas judiciales que los dos, y más gente, han creado durante el efímero sanchismo. El otro día escuché a un penoso Ángel Víctor Torres declarar sobre las fotos de Aldama y Sánchez y de aquel amigo de Feijóo que resultó ser un narco. En el PSOE, por pura costumbre, siempre se recurre a las corrupciones y a las fotos viejas del PP para aliviar el peso de las corrupciones y las fotos nuevas propias. Está claro que todas son muy malas, pero no hace falta andar todo el día acudiendo al pasado para defenderse. Ahí están las andanzas del PSOE metidas en los juzgados, aunque para sus dirigentes, y han convencido de ello a los militantes, todo son bulos. La red clientelar socialista es enorme, como nunca había existido. La apariencia de secta de un partido histórico se hace evidente. También es verdad que la oposición no está a la altura. A España le hace falta un partido de centro, al estilo de los partidos progresistas europeos. Las izquierdas y las derechas están pasadas de moda, sobre todo cuando se alían con partidos incómodos, populistas y ambiciosos, como son los Frankenstein de ambos lados. Pero así estamos, esperando la caída de la hoja. Franco se pasó toda su vida esperando que cayera la fruta madura de Gibraltar. Y nunca cayó. Se murió sin comerse la fruta más que madura, podrida.
sábado, 19 julio,2025