El gobierno de Pedro Sánchez ha terminado por consolidar una de las mayores inflexiones diplomáticas de la democracia española: el progresivo respaldo a la ocupación marroquí del Sáhara Occidental. Un giro político que se ha ejecutado con sorprendente fluidez, sin debate interno, sin justificación pública clara y con un PSOE cada vez más alejado de su propia tradición histórica.
Mientras las resoluciones de Naciones Unidas siguen reconociendo el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui, el Ejecutivo español ha optado por un discurso que encaja como anillo al dedo en la narrativa expansionista de Rabat. La visita esta Semana Santa del ministro de Exteriores, José Manuel Albares, a Marruecos —anunciada a última hora y sin aparente urgencia diplomática— sirve de último ejemplo de esta estrategia: no se trató de resolver un desencuentro, sino de ratificar una sintonía. Algo pasa, algo sabe Marruecos de Sánchez y de su entorno cercano.
La posición oficial, reiterada por Albares, se resume en una frase cada vez más repetida: “España considera el plan de autonomía de Marruecos como la base más seria, creíble y realista”. Una afirmación calcada a la expresada por Estados Unidos y Francia en las últimas semanas, en lo que parece una ofensiva diplomática coordinada para cerrar definitivamente la puerta a la autodeterminación saharaui. No se mencionó la posibilidad de referéndum. No se nombró al Frente Polisario. No se hizo referencia al derecho internacional.
Lo más llamativo es que el PSOE ha transitado este camino sin sobresaltos internos. De defender explícitamente en 2019 el referéndum como salida al conflicto, el partido ha pasado, en apenas dos legislaturas, a omitirlo por completo de su programa. Un viraje que contrasta con el impacto simbólico que el Sáhara ha tenido durante décadas en la izquierda española, y que ni siquiera el uso del software espía Pegasus contra el propio presidente ha sido capaz de revertir.
Al mismo tiempo que España se pliega a los intereses de Marruecos, este país sigue bloqueando el comercio en Ceuta y Melilla, mantiene una política migratoria agresiva y desprecia abiertamente al Frente Polisario en foros bilaterales. La foto de Albares junto a su homólogo marroquí, Nasser Bourita, fue acompañada de una dura crítica de este último hacia los saharauis, acusándolos de perpetuar su situación por intereses propios. Un alegato sin réplica española.
Lejos queda ya la memoria de una España que decía defender los derechos del pueblo saharaui. Hoy, el pragmatismo geopolítico, los intereses migratorios y la presión de potencias aliadas pesan más que cualquier compromiso histórico. Sánchez ha cambiado de página sin consultar a nadie. Y muchos en su partido —y en el país— aún no saben qué libro están leyendo.