Estamos en pleno mes de julio, amanece con “sereno” y poco a poco despeja, sale el sol, nos inunda y derrite a medio día, nos sofoca, no nos deja respirar; poco a poco nos va dando tregua y nos ayuda a coger aire, va menguando y calmando su furia; caen las primeras brumas de la tarde por la montaña y empieza la brisa a correr en el mar. Ahora sí nos da un respiro y podemos abrir nuestros pulmones y llenarlos de aire, podemos por fin notar que no se nos reseca la garganta; que podemos por fin inhalar fuertemente y llenar nuestros pulmones.
Hace ya nos cuantos años (muchos en realidad), se hablaba de los “veraneantes”, que eran aquellos de la capital que buscaban en un pueblo tranquilo donde “veranear”, cerca de la costa, donde no hubiera agobios y se pudiera pasar el verano sin el continuo calor y la pegajosa sensación de quedarnos pegados a la ropa.
No había conflicto con el CO2 ni con el cambio climático, era el verano, que llegaba siempre dándonos calor y noches de risas y pasión. Teníamos la suerte de una televisión en blanco y negro, donde se nos indicaba en el “parte del tiempo” que iba a hacer calor, unos grados por encima de lo normal, y que tocaba beber agua, refrescarse y vivirlo con normalidad.
Se vivía con el corazón, con la sensación de que el alma te guiaba y los recuerdos se tatuaban sin necesidad de tintas o de agujas, sin necesidad de que todo en nuestra vida tenga que tener un guion. Se vivía y se era libre con frio, con calor, con la vida.
Ahora ha llegado el conflicto climático, el negocio de unos pocos para vivir de todos, el negocio que nos hace enmudecer y palidecer por todo lo que nos pide y exige, por lo que se nos viene encima, porque al final, estaremos todos de acuerdo, afecta a los de siempre.
Ha llegado la televisión en color, han llegado los “voceros” a los que se les paga para invadir con miedo y temor lo que siempre fue así; los que nos cuentan el cuento en color, con rojo, con naranja fuerte, con exclamación; quiénes nos indican que es necesario beber agua y no salir del salón.
Vivimos en el mundo al revés, donde la información, o la carencia de ella, hacen que se mienta y se propague cualquier realidad como ficción, y la verdad como irrealidad o exageración.
Se nos ha olvidado vivir sin tanta televisión.