Qué fea es la vejez

Con la sinceridad que me caracteriza les diré, francamente, que el domingo, en el partido entre el Real Madrid y el Athletic, me cagué dos veces. Una, cabreado, cuando le anularon un gol a Vinicius, para mí legal; y otra, de alegría, cuando Valverde lanzó su misil y ganó el partido, en el minuto 93. Cuando escuché cantar el gol me estaba duchando de la primera cagada y salí, mojado, a ver la repetición. Y entonces me cagué por segunda vez y regresé a la ducha. Yo no me puedo poner de esta manera con el fútbol, así que voy a ver, en adelante, los partidos en diferido, siempre que gane el Madrid –y me ahorro los disgustos de las derrotas–. No sé si Movistar me hará una rebaja si sólo me suscribo a partidos diferidos, no creo, y menos con Pedro Sánchez mangoneando en Telefónica. Pero, coño, vaya emoción y vaya cagaleras en el partido del domingo. Nunca me había pasado, aunque es verdad que ando flojo de los putos divertículos que me traen fritos, sobre todo ahora que me ha dado por hincharme de helados de diferentes sabores, un capricho que me va a salir carísimo de salud. Pero, en compensación a los dos accidentes de mierda (y nunca mejor empleada la expresión), puse luego el partido, en diferido, y disfruté del segundo tiempo del Real Madrid, una maravilla que a lo mejor llega tarde, porque ya nos hemos quedado fuera de la Champions y estamos a punto de quedarnos fuera de la Liga. Y el sábado podemos o no ganar la final de la Copa del Rey. Son muchas emociones. El sábado veré, como una excepción, el partido contra el Barcelona en directo, pero con el culo sobre un chato, para así no tener que caminar como un pingüino, con el esfínter apretado, para llegar al retrete sin dejar atrás el rastro de la famosa raya canela de Pepe Monagas en el trayecto. En fin, ustedes perdonen este ejercicio de escatología, pero uno llega a una edad en la que no debe callarse nada, precisamente por respeto a los lectores. Pero así ocurrió y así lo he contado. Espero mejorar de las cagaleras, pero a esta edad pocas cosas mejoran. La vejez es muy fea y si se lleva sin dignidad –o sea, cagándose uno en los partidos de fútbol— más fea todavía.