El enésimo intento de reactivar las negociaciones de paz entre Rusia y Ucrania ha terminado por revelar, una vez más, las profundas grietas que impiden un diálogo real. Turquía, que se postulaba como terreno neutral para un acercamiento histórico, acogió esta semana una cita que prometía más de lo que ofreció. Mientras Volodímir Zelenski aterrizaba en Ankara con una propuesta clara para un alto el fuego temporal, el Kremlin despachaba al encuentro a una delegación de segundo nivel. Ni Vladimir Putin ni su ministro de Exteriores consideraron relevante acudir, dejando en evidencia la escasa voluntad de Moscú para un diálogo efectivo.
La situación adquiere tintes de paradoja: fue el propio Putin quien impulsó la propuesta de reabrir el canal diplomático, pero cuando Zelenski respondió con disposición para un cara a cara, Rusia optó por enviar a figuras con poco peso político, como el exministro de Cultura Vladimir Medinski. La jugada fue recibida como un desaire por parte del Gobierno ucraniano, que denunció la maniobra como un intento de ganar tiempo y proyectar una falsa imagen de compromiso. En palabras del propio Zelenski, “Rusia no quiere un alto el fuego, lo que quiere es evitar presión política y económica”.
Mientras tanto, el expresidente estadounidense Donald Trump se asomaba a la escena internacional desde Oriente Medio con declaraciones que rozan el delirio de grandeza. “Nada ocurrirá hasta que Putin y yo nos reunamos”, afirmó sin ambages. Su insinuación de acudir a Turquía alimentó el espectáculo geopolítico que gira en torno a su figura, sin que hasta el momento su papel haya tenido impacto alguno más allá de lo mediático.
En paralelo, Estados Unidos y la OTAN intentan mantener vivo el interés por una resolución negociada, aunque los gestos no terminan de traducirse en avances concretos. El secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, se reunió con el canciller ucraniano, Andriy Sybiha, en Antalya, en una cita que se enmarca en los encuentros informales de ministros de Exteriores de la OTAN. Rubio repitió el argumento conocido: la única salida viable es diplomática, no militar. Sin embargo, el despliegue de buenas intenciones sigue chocando con una realidad tozuda: la guerra continúa, los muertos se acumulan y las negociaciones no arrancan.
La tensión en el terreno no se ha reducido. Las últimas cifras elevan a más de 12.000 los civiles ucranianos muertos desde que comenzó el conflicto, según datos de Naciones Unidas. Solo en las últimas 24 horas, cinco personas perdieron la vida en el este del país. Mientras tanto, los líderes mundiales hablan de oportunidades, ventanas abiertas y posibles capítulos nuevos, sin que se vislumbre un cambio de rumbo sustancial.
Así, el teatro diplomático de Turquía ha servido, más que para acercar posiciones, para confirmar la desconexión entre los discursos públicos y las intenciones reales de los actores implicados. Las delegaciones viajan, los titulares se renuevan y las cámaras graban, pero la paz sigue lejos —no solo geográficamente, sino en la voluntad política de quienes podrían ponerle fin.