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domingo, 25 mayo,2025

Por favor, sírvame un café SINIA

¿Has probado alguna vez el café SINIA?   Realmente, la palabra SINIA me la he inventado. Espero que me permitan tomarme esa licencia. El vocablo SINIA es un acrónimo con el que he querido combinar la palabra “SIN” y la abreviatura de la inteligencia artificial “IA”. Es decir, una bebida que no tenga Inteligencia Artificial. Un estupendo moca, en un almuerzo o en un desayuno, sin Inteligencia Artificial. O, más sencillo todavía:  una conversación con alguien tangible o que podamos ver. Sería lo más parecido a un café natural.

Con la presente crónica lanzo un SOS porque las respuestas que encontrarás en la Inteligencia Artificial son incompletas. Por tanto, a mí la Inteligencia Artificial no me genera ninguna confianza. Aunque nadie hable de ello, me imagino que, para contrarrestar el efecto succionador de la Inteligencia Artificial, habrá programas informáticos que eviten que determinada información se cobije en sus entrañas. En nuestro ordenamiento jurídico, la propiedad intelectual no se ha derogado todavía. Algunas personas aún nos resistimos a desembuchar determinada información en Internet, aunque sólo sea por sentido común. Por consiguiente, mucho me temo que nunca extraerás todas las respuestas en el pozo del software más publicitado del siglo XXI y que se enmascara con la expresión Inteligencia Artificial.

Pues bien, la Inteligencia Artificial anhela hacer una de las películas más conocidas de Cantinflas: “Ahí está el detalle”.  Pero la Inteligencia Artificial subestima a las personas. Cantinflas, el genial cómico mexicano, diría irónicamente a la Inteligencia Artificial que la vida es algo más que la facilidad de palabra.

Hace unos 15 años aproximadamente, se popularizó en los medios de comunicación tradicionales el término red social. En vez de usarse el término multinacional, se acudía al eufemismo de las redes sociales. No es lo mismo ceder tus datos gratuitamente a una corporación trasnacional que a una red social. Ese esquema tan elemental ha llevado a algún empresario avispado a convertirse en actor estelar de una conocida toma de posesión gubernamental. Vas a comprar una cocina o reformar un baño y, súbitamente, en tu móvil padeces un bombardeo de publicidad con el fin de sugestionarte. A una velocidad superior que a las ganas de cagar.

Lo mismo está ocurriendo ahora con el término Inteligencia Artificial. Desde mi punto de vista, estamos ante una operación de marketing que emula a un agujero negro que quiere atrapar absolutamente todo. La Inteligencia Artificial es un viejo conocido que ahora presume de tener un nuevo nombre. No hay nada más esquivo que un hecho claro.

Así que tenemos una Inteligencia Artificial que se mueve en el terreno de lo racional. Todos sabemos que uno más uno es igual a dos. Esta fórmula matemática es un fiel reflejo de la lógica implacable. No obstante, en el plano de lo razonable, que se rige por otros criterios, la mencionada operación aritmética no se cumple.  En el trasfondo de lo razonable concurren el principio de proporcionalidad y el de justicia material. Es por ello, por lo que la Inteligencia Artificial también pretende abarcar no sólo el mundo racional sino también el microcosmos de lo razonable.

Ahora bien, existe otro ámbito que nunca podrá atrapar la Inteligencia Artificial. Aquí me refiero al realismo mágico. Hace unas semanas fui a una peluquería en la que nadie hablaba, salvo los inevitables saludos iniciales y despedidas finales.  Lo único que trascendía era el sonido atronador de las máquinas cortapelos. Probablemente, el peluquero, de nombre Pepelo, y el resto de cabezas con pelos menguantes, estarían pensado más bien en cuándo llegaría el momento para poder ver el móvil. La ansiedad por usar el teléfono quita las ganas de hablar, pero desata otras cosas que aparentemente pasan desapercibidas. Vamos con una de ellas.

En aquella peluquería, el ruido de los cortapelos a destiempo se guiaba por un semáforo en ámbar. No era otra cosa que una puesta a punto.  Pero llegaba un momento en el que todos los cortapelos sonaban al mismo tiempo y eso era una señal inequívoca de que el semáforo se había puesto en verde. Y, entonces, con la luz verde, la peluquería se convirtió en una desatada competición de Fórmula 1. El café SINIA organizaba y patrocinaba esa carrera. ¿Adivinen quién ganó la competición? La relación de ganadores y perdedores serán mencionados en otra crónica para El Burgado. Entre tanto, te invito a un café SINIA.

Jaime Díaz Fraga
Jaime Díaz Fraga
Abogado. Experto en movilidad internacional.

3 COMENTARIOS

  1. Excelente Reflexión Con Un Claro Razonamiento de lo que Estamos viviendo en la Actualidad. Sino Lo Entiendes, Vuélvelo A Leer. Hay Mucha Lógica. Este Artículo Será Transmitido En Mí Programa Radial Mañana Viernes 02 De Mayo De 21 a 23 horas pm. por Ritmicafm. Así Damos Material Para Razonar Todo El Fin De Semana y Enriquecer Los Conocimientos. Gracias A elburgado.com y quien lo escribe Jaime Praga. DIOS Siga Dándole Sabiduría. Gracias Por Existir.

  2. Yo pensaba que solo a mi me había ocurrido lo de la barbería. A veces me da la impresión de que en la calle los transeúntes son robots… Me puse a contarlos. En tres cuadras no hubo uno que levantará la vista del móvil, por lo menos a ver por donde iba…

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