En la política española no basta con ejercer el cargo; también hay que sobrevivir al lodazal mediático. Pilar Alegría, portavoz del Gobierno y ministra de Educación, ha sido la última en verse arrastrada por una tormenta informativa alimentada por especulaciones, testimonios anónimos y titulares escandalosos. Todo a raíz de una supuesta fiesta organizada por el exministro José Luis Ábalos en el Parador de Teruel en 2020, en la que se habla de prostitutas, destrozos y silencios cómplices. Nada de ello ha sido probado. Pero eso parece secundario.
La historia, rescatada por algunos medios con notable entusiasmo sensacionalista, revive una vieja acusación sin pruebas que ya fue objeto de desmentidos en su momento, tanto por parte del propio Ábalos como de la cadena hotelera Paradores, que ha negado categóricamente cualquier incidente en sus instalaciones. Lo nuevo esta vez es el foco sobre Alegría, que se alojó en el mismo lugar aquella noche durante una visita oficial. A partir de ahí, las insinuaciones: ¿sabía algo?, ¿fue testigo?, ¿miró hacia otro lado?
La ministra, que ya había ofrecido explicaciones detalladas sobre su presencia institucional en Teruel —documentadas por actos públicos— ha tenido que afrontar en estos días una oleada de insultos misóginos a través de redes sociales. “Me han llamado puta, zorra y comepollas”, denunció en su cuenta de X, antes de anunciar que estudia emprender acciones legales. Una reacción comprensible ante el nivel de agresividad verbal que ha recibido, muchas veces bajo el anonimato y sin que se exijan las mismas pruebas a quienes propagan la acusación.
La pregunta es inevitable: ¿por qué, con tantas incógnitas y tan poca evidencia, esta historia sigue reapareciendo? ¿Por qué se arrastra a una ministra por haber dormido en el mismo hotel que otro alto cargo, como si eso fuera motivo suficiente para colocarla en el centro de una trama? ¿Y por qué parte de la oposición, como el Partido Popular, ha optado por alimentar esa narrativa en lugar de pedir pruebas?
Desde sectores del PSOE se denuncia una estrategia mediático-política basada en el desgaste por vía del escándalo. Desde el PP, sin embargo, se ha llegado incluso a hablar de “encubrimiento” y de “fiestas con Alegría”, dejando de lado cualquier atisbo de prudencia o rigor. Las insinuaciones, en lugar de diluirse por falta de pruebas, se amplifican y se convierten en herramientas para socavar la reputación de adversarios.
Más allá de la veracidad o no de los hechos atribuidos a Ábalos —que siempre los ha negado— lo que queda en evidencia es una dinámica preocupante: la facilidad con la que se instala la sospecha sin pruebas, y la violencia con la que se castiga públicamente a una mujer política, simplemente por haber estado en el lugar equivocado en el momento equivocado. Todo ello en un clima donde el machismo no solo no se disimula, sino que se exhibe con impunidad.
Alegría ha apelado a una reflexión colectiva sobre los límites del debate público. “¿Qué herramientas tengo yo para defenderme?”, se ha preguntado. La respuesta, de momento, parece no estar clara. Mientras tanto, las cloacas del espectáculo político-mediático siguen funcionando a pleno rendimiento.