Parafraseando a la gran poeta norteamericana ganadora entre otros muchos premios del National Award y del Pulitzer de poesía, Mary Oliver, toda palabra es emisaria. Algunas tienen alas; algunas están cargadas de fuego; algunas están cargadas de muerte y otras, como las de Pedro Sánchez, están totalmente huérfanas de verdad.
No es necesario recordarle al señor presidente part time –la otra parte del tiempo, como sabemos, la dedica a ser amante y solicito esposo– la cantidad de embustes, trolas, mentiras pequeñas y grandes mentiras que les ha colado a los españoles, que le creyeron y las que sigue y seguirá perpetrando frente a quienes les sigan creyendo.
Desde los famosos “con Podemos no”, “no habrá indulto”, “no haremos una ley de amnistía” hasta el actual de que “no habrá tratamiento fiscal especial para Cataluña e insolidario para el resto de los españoles”.
Quienes han estudiado bien al personaje lo definen como embustero patológico; ahí están los hechos, pero también como a alguien potencialmente más peligroso.
Dicen los que saben que es una persona sin empatía por ningún ser humano que no sea él mismo en su mismidad, aunque suponemos que algo tendrá de empatía con su santa, doña Bego, salvo que la relación sea de otro tipo, que entre dentro de los cauces de la intimidad y ahí ni puede ni debe entrar nadie. Nos queremos referir a la vida pública, a esa res pública de nuestros amores, donde sí podemos y debemos, por ser un medio de comunicación libre, de entrar, salir y por supuesto comentar.
Siguiendo con los estudiosos del fenómeno, parece que le produce especial éxtasis porculear al personal y que disfruta con ello; a los españoles en general lo viene haciendo desde el primer Gobierno y, si quieren una prueba, miren a cuánto se pagaba el litro de aceite de oliva hace justamente un año y a cómo se paga hoy, exactamente el doble. Pero parece que cuando más disfruta es dirigiendo los dardos mortales a sus más íntimos colaboradores. Cuenta un enano infiltrado en la Moncloa –lástima que hayan podado el ficus de Carmen Rico Godoy que tantos quebraderos de cabeza le dio a Felipe González– que su gozo fue muy especial cuando se quitó a tres de sus más cercanos colaboradores de una sola tacada.
El mismo día, y en el mismo acto, se cepilló al todopoderoso Iván Redondo, a la vice Carmen Calvo y al fiel y más que fiel Avalos. Ese día, cuenta el enano, que fue el acabose entre lágrimas y risas de unos y de otro. Lo que resulta curioso es que viendo como corta las barbas a sus vecinos, los culichichis que tiene ahora, entre ellos uno de Arucas, no ponen las suyas a remojar, sino que se le quedan mirando, embobados, como si estuvieran viendo el santo advenimiento.
Para ejemplo no hay más que mirar a la vice Marichu en cualquier sesión del Congreso, bueno en cualquier sesión no, solo en las que el César todopoderoso y gran mentidor del reino se digna aparecer, que no son muchas, sobre todo si hay previsión de mordequi; la vice tiene que llevar provisión extra de kleenex de lo arrobada que se queda mirándole a la cara al gran fabulador del reino.
Ítem más, a la hora de escribir estos renglones, el ocupa de La Mareta no se había dignado encontrar un minuto para recibir a Fernando Clavijo. Le está bien empleado por tolete, por rendirse con armas y bagajes ante tremendo trolero. Y, claro, al ministro Torres, otro paniaguado de Sánchez no se le cae la cara de vergüenza. Como diría el latino “nemo dat quo non habet”. Por cierto, el tal Torres ya no veranea en Canarias por razones obvias, salvo que su señorito le deje compartir algún chabolo en La Mareta.
Me encanta la forma de expresarse de Manuel Hernández es muy entendible y ameno. Gracias.
Muchas gracias gentil lectora. Desde donde nos lees?
Muchas gracias Sr. Hernández por iluminarnos de tan siniestro personaje. Animo y a seguir
Gracias amigo lector. Siga leyendo EL BURGADO