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domingo, 2 noviembre,2025

No es país para autónomos

En la España de Sánchez, los autónomos son el motor silencioso de la economía… y también su gasolina, su aceite y su impuesto de circulación. Pagan más de lo que reciben, trabajan sin red, no tienen sindicato que los defienda y cargan con obligaciones que crecen como la burocracia que es lo único que crece. A partir del 1 de enero, la factura electrónica se suma a una mochila fiscal que ya pesa demasiado. Si desaparecen, no habrá bienestar que aguante ni discursos que lo tapen. Porque cuando no queda nadie que abra la persiana, no hay sistema que sostener.

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La presión fiscal que soportan los autónomos en la España de Sánchez. Cuotas crecientes, burocracia inagotable, falta de representación sindical, nuevas obligaciones tecnológicas y un modelo económico que reposa sobre los hombros de quienes sostienen el sistema sin red. Y es que cuando las cosas se tuercen, siempre hay un colectivo al que mirar con cara de “aguanten un poquito más”: los autónomos. No importa que sean panaderos, abogados, peluqueros, diseñadores o carpinteros, electricistas, conductores, tanto ellos como ellas. Todos ellos comparten el mismo ritual mensual: pagar, esperar que no cambien las reglas y seguir trabajando.

Esta semana, una voz política, Casimiro Curbelo,  ha pedido una “reflexión profunda sobre la carga fiscal que soportan los autónomos”. Aplausos. Pero lo que hace falta no son reflexiones: son soluciones. Porque la película es siempre la misma: suben la cuota, luego matizan, después rectifican… y al final, quien ya ha pagado es el autónomo.

Y aquí, en Canarias, la situación es aún más cruda. La doble insularidad no es una anécdota: es un sobrecoste que pocos reconocen y muchos ignoran. Los que levantan pequeños negocios lo hacen con un pie en la economía real y otro en la burocracia infinita. Y mientras en Madrid pronuncian palabras grandilocuentes sobre “estabilidad” y “justicia fiscal”, aquí nos llega la factura antes que la promesa.

Un modelo fiscal agotado. Como lo son las normas cambiantes: hoy se anuncia una subida, mañana se rectifica. El autónomo no puede planificar. Costes invisibles: las islas, la logística y la falta de incentivos convierten en heroísmo lo que debería ser rutina económica. Contribución ignorada: mientras aportan al sistema, reciben discursos. Ausencia de horizonte: no hay plan estable que permita construir un proyecto a largo plazo. Sin voz sindical: aunque también son trabajadores, los autónomos no tienen un sindicato que los represente como tal. No hay piquetes, no hay convenios colectivos, no hay negociación real. Es como si no fueran trabajadores. Nuevas obligaciones tecnológicas: a partir del 1 de enero, entra en vigor la factura electrónica obligatoria, que añade otra piedra más a la mochila. O haces un curso para entender cómo cumplir la norma, o pagas a alguien que lo haga por ti. En ambos casos: más gasto.

Se ha construido un sistema fiscal sobre la idea de que el autónomo siempre resistirá, sin darle voz, ni margen, ni descanso. Son contribuyentes imprescindibles… pero políticamente invisibles.

Y si desaparecen los autónomos…Aquí está la pregunta que casi nadie se atreve a formular en voz alta: ¿qué pasará si los autónomos desaparecen? España cuenta con apenas 16 millones de trabajadores frente a una población total que supera los 70 millones entre residentes, población dependiente y flotante. Si se erosiona la base contributiva —si desaparecen los que pagan mes a mes sin subsidios ni red—, ¿quién sostendrá el Estado?Porque no habrá sistema de pensiones, ni sanidad pública sólida, ni servicios sociales que aguanten si la base fiscal se desmorona. No hay “justicia social” sin contribuyentes reales. No hay bienestar sin quienes lo financien. Y no hay autonomía económica cuando el que sostiene el país se ha marchado porque no pudo resistir más.

Cuando el autónomo desaparezca, no habrá red que lo sustituya. Ni sindicato que reclame. Ni discurso que tape el agujero.

Mientras se piden “reflexiones profundas”, el autónomo se levanta cada mañana, abre la persiana y paga primero. Sin saber si mañana cambiarán otra vez las normas, si la cuota subirá un poco más, si tendrá que hacer otro curso obligatorio o contratar a un gestor más para poder trabajar legalmente.

El Gobierno de Sánchez ha dado por hecho que el autónomo es incombustible, que siempre aguantará. Pero la paciencia no es infinita. Cuando ese tejido desaparezca —y puede ocurrir— no habrá discursos que tapen el agujero.

Y lo más irónico: cuando desaparezca, nadie saldrá a la calle a defenderlos. No habrá huelga, ni pancarta, ni sindicato. Porque nunca lo tuvieron.

La reflexión profunda, que hoy plantea un político autóctono, no puede quedarse en titulares. Si no se convierte en una reforma real —con cuotas razonables, estabilidad normativa, menos trabas, apoyo real a la digitalización y una representación colectiva efectiva—, el país se quedará sin su columna vertebral: los que madrugan, facturan y pagan.

Y entonces la pregunta ya no será si la cuota es alta. Será: ¿quién sostiene esto ahora?

¿Qué pasara cuando no quede nadie que abra la persiana cada mañana?

Juan Inurria
Juan Inurria
Abogado. CEO en Grupo Inurria. Funcionario de carrera de la Administración de Justicia en excedencia. Ha desarrollado actividad política y sindical. Asesor y colaborador en diversos medios de comunicación. Asesor de la Federación Mundial de Periodistas de Turismo. Participa en la formación de futuros abogados. Escritor.

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