Israel ha cerrado el acceso de suministros y mercancías a Gaza tras la expiración de la primera fase del alto el fuego con Hamás, intensificando la presión sobre el grupo islamista. La decisión, anunciada por el primer ministro Benjamín Netanyahu, responde a la negativa de Hamás a prolongar la tregua en los términos propuestos por EE.UU. Sin embargo, la organización palestina acusa a Israel de incumplir el acuerdo al negarse a negociar las siguientes etapas, que incluirían un cese definitivo de la guerra y la retirada militar israelí.
Más allá del cruce de acusaciones, la reanudación del bloqueo agrava la crisis humanitaria en Gaza, donde más de dos millones de personas dependen de la ayuda internacional para sobrevivir. En las últimas seis semanas, más de 21.000 camiones con asistencia humanitaria han llegado a la Franja, pero con el cierre de los accesos, la situación podría deteriorarse rápidamente. Mientras tanto, Egipto y otros mediadores internacionales intentan salvar una negociación cada vez más frágil.
El gobierno de Netanyahu insiste en que no habrá una tregua permanente sin la liberación total de los rehenes que Hamás aún mantiene en su poder desde el ataque del 7 de octubre. Por su parte, el grupo islamista exige que Israel se comprometa a la retirada total de la Franja antes de seguir liberando cautivos. Según el acuerdo inicial, la tregua debía desarrollarse en tres fases, pero la falta de consenso sobre la segunda ha bloqueado cualquier avance.
La posición de Netanyahu no es solo militar, sino también política. Dentro de su propia coalición, los sectores ultranacionalistas exigen continuar la ofensiva contra Hamás. El primer ministro evita pronunciarse sobre un cese total de las hostilidades, posiblemente para ganar tiempo ante una situación interna complicada. En el otro bando, Hamás juega su carta más valiosa: los rehenes, cuyo destino está ligado a la evolución de la negociación.
Mientras la incertidumbre se prolonga, el sufrimiento en Gaza sigue aumentando. Organizaciones humanitarias alertan de que la población ya no puede soportar más violencia ni restricciones, y denuncian que la paralización del flujo de ayuda podría tener consecuencias catastróficas. La tregua, lejos de consolidarse, parece estar al borde del colapso.