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domingo, 25 mayo,2025

Mi tío Andrés

Mi tío Andrés, hermano de mi padre, miembro de una Bandera de Falange que peleaba en el frente de Teruel, murió a consecuencia del estallido de un obús republicano cuando se encontraba en la cola del rancho. Tenía 16 años. Fue enterrado en Zaragoza e imaginen el drama en la casa de mi abuelo. Mi padre estaba junto a él, con un año más, y resultó ileso, con sólo unas leves marcas de la explosión en el pecho. Mi tío, que sufrió una hemorragia interna que no pudo ser detenida por los médicos en el hospital de Zaragoza, fue enterrado en un nicho del cementerio de esta ciudad. Cuando se construyó el Valle de los Caídos, recibimos una carta en casa, firmada por un alto representante del Gobierno, en la que se solicitaba permiso para el traslado de sus restos a Cuelgamuros, al osario de la basílica que se había construido en honor de todos los caídos, los de un bando y los del otro. Eran chicos muy jóvenes junto a otros, ya maduros y hasta ancianos, que habían luchado en las trincheras, cada cual defendiendo sus ideales. En el caso de mi tío, ¿qué idea podía tener de España un chico de 16 años que terminaba el bachillerato? Tras su muerte, mi padre recibió un permiso y después no quería regresar al frente, pero finalmente cumplió con su obligación como soldado y volvió a ocupar su puesto. Quedó tan impactado por la muerte de su hermano que pidió un destino menos peligroso. Desde entonces fue agregado a la capellanía de su compañía y a labores de sanitario, que cumplió con dedicación y, en la segunda de sus ocupaciones, con cierto riesgo. Tengo fotos de mi padre en el frente y de vez en cuando les echo un vistazo. Los enemigos estaban a cien metros en sus trincheras. Las balas de los fusiles Mauser de cerrojo, que habían sido incorporados al Ejército alemán en 1898, silbaban por encima de sus cabezas. Todo esto me lo contaba las raras veces en que yo podía sonsacarle algo de la guerra, de donde se trajo una pistola Astra y un casco enemigo con dos agujeros, de entrada y de salida de la bala, cuya pista perdí porque creo que la pistola la entregó, siendo ya muy mayor, y el casco se lo llevó la pala cuando derribaron la casa de mi abuelo. Los restos de mi tío seguirán, supongo, en el Valle de los Caídos, entre aquel monturrio de huesos que el tiempo, el agua, la humedad y la falta de respeto por los muertos formaron en el interior de la basílica, porque reventaron las cajas de madera donde estaba depositado e identificado cada soldado. El Gobierno de Sánchez, que es un Gobierno de idiotas, pretendió desacralizar el templo, que construyeron presos republicanos, y derribar la cruz más alta del mundo. La negociación entre Sánchez y el Vaticano costó la cabeza del abad benedictino “por franquista”. Aun así, los obispos españoles han salvado Cuelgamuros de su demolición más que segura. Hay que tener respeto por los monumentos del pasado. ¿Hasta dónde quiere llevar Sánchez el odio? ¿Hasta dónde quiere denigrar la historia? Sólo los iletrados, los copiatesis y los inútiles son capaces de denominar “memoria histórica” a lo que es una simple venganza. Después de Sánchez vendrá otro, que intentará desaparecer lo que nos recuerde al sátrapa. Es imposible, pero imposible, cambiar la historia. Está ahí. Y hay que respetarla, porque además en esta historia o todos eran buenos o todos eran malos. Eran españoles contra españoles y el partido de Sánchez, por cierto, fue una de las partes que encendió la mecha de la contienda y del odio. Y por eso murió, cuando iba a servirse su rancho, un chico de 16 años, que se escapó de su casa para alistarse voluntario y luchar por una de las dos Españas. Por eso me llamo Andrés. Por él. Y a su memoria y a la de mi padre dedico hoy estas líneas. En mi familia nunca hubo odio. Cuando metieron en Fyffes a un socialista cabal, R.A., amigo de mi padre, mi padre, que lo había detenido por orden de sus superiores, cogió el colchón de su propia cama y se lo llevó al empaquetado para que el detenido durmiera más cómodamente. Afortunadamente sobrevivió a la masacre y falleció ya muy anciano. Esta es la verdadera “memoria histórica”. La otra es la del odio y el resentimiento, que continúa porque la desenterraron estos bobos después de que la bendita Transición hubiese puesto el contador a cero. Franco y sus compinches fueron instrumentos terribles de la contienda civil. En la otra parte hubo docenas, centenares, de asesinos, todavía peores que él. Y ahora los quieren convertir en héroes o en mártires. En mi tesis doctoral, que yo sí me la curré, hablo de todos ellos. Y de mi tío Andrés, que murió reventado por dentro a los 16 años de edad, en el frente de Teruel, víctima de la explosión de un obús republicano.

Andrés Chaves
Andrés Chaves
Periodista por la EOP de la Universidad de La Laguna, licenciado y doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense, ex presidente de la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife, ex vicepresidente de la FAPE, fundador de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de La Laguna y su primer profesor y profesor honorífico de la Complutense. Es miembro del Instituto de Estudios Canarios y de la National Geographic Society.

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