Este es el país de la contradicción absoluta. Los sindicatos, en el Día del Trabajo, piden un aplauso para la reducción de jornada propuesta por la brujita gallega, que asistió a la manifestación, que es como la procesión magna de los ociosos. La Yoli estaba por allí, pavoneándose, mientras los comegambas y asimilados celebraban a chascadas las subvenciones del Gobierno –no hay un sindicato que viva de las cuotas de sus trabajadores–. Subvenciones muy generosas en dinero y en inmuebles, pues desde Adolfo Suárez, paz descanse, incluso con Franco, paz descanse también con permiso de la Ley de Memoria, los sindicatos no han hecho otra cosa que recibir prebendas. Y al tipo de UGT, ese Pepe Álvarez, en funciones de pobre Lázaro, le gusta más una mariscada que al rico Epulón. Bueno, pues los sindicatos, en plena euforia del Día del Trabajo, deberían proponer que la jornada, a partir de hoy, se llame Día del Vago, como el Rincón del Vago de la Internet, que fue donde dicen que copió su tesis doctoral Pedro Sánchez. Y así casaría la cosa con la reducción de jornada hasta convertirla en la de más baja productividad de toda Europa, como lo será dentro de unos días. Y conste que a mí me da igual, porque estoy jubilado y trabajo lo que me da la gana o lo que no me da la gana. En fin, que ayer se echaron a la calle las rojas huestes de Álvarez, de Sordo, de la Yoli y de tantos otros vagos y comegambas que pululan por el territorio nacional. Si cuentas en esas manifestaciones a los liberados sindicales, serán legiones. Más que las legiones romanas que llegaron hasta Gran Bretaña. Y no cruzaron el charco porque Colón no había trazado aún las coordenadas. Franco mimó a los sindicatos y si querías ser, un suponer, peluquera, tenías que afiliarte y aprender a hacer ondas al agua. Entonces venía una señora, te examinaba y te entregaba un carné que era como un título y para siempre. Aquella Casa Sindical era un hervidero, llena de despachos y casi todo el mundo se convirtió en sindicalista. El que no pagaba la cuota era expulsado, pero ahora nadie paga cuotas, todos viven de la gorra, incluso de la gorra se pagan las mariscadas de Pepe Álvarez, donde los centollos bailan la sardana y las gambitas de Huelva se marcan un zorcico. Y, aquí en Canarias, las clacas que se comía el pobre e inolvidable compañero Agustín Acosta supongo que adornarán también las bandejas de los señores sindicalistas aunque, si les digo la verdad, yo no conozco a ninguno de los locales que sea relevante. La mejor forma de celebrar el Día del Trabajo es no trabajando. El mundo es una pura contradicción.
domingo, 25 mayo,2025