Se me ocurrió pensar que sería buena idea pasar hoy revista a un trozo de mis 54 años de periodismo profesional, aunque hubo periodismo de adolescencia también. Y contárselo a ustedes.
Yo creo que me enamoré, por primera vez, de una bella actriz italiana, que no sé qué fue de ella, llamada Scilla Gabel, que protagonizó, en 1959, siendo yo un chiquillo de 12 años, la película “Mara”. Ella tenía 22 años y era un monumento de mujer. Una película sin pies ni cabeza, dirigida por Miguel Herrero, que tiene sin embargo una gran virtud: muestra los paisajes de una isla de Tenerife increíblemente bella. Desde el viejo hotel “Mencey” hasta unas Teresitas empedrada, un muelle sur con los barcos de la Trasmediterránea, unas carreteras sinuosas y unos coches realmente bellísimos. Sobre todo un “Metropolitan”, que yo creo que se conserva, el TF 11195, azul y blanco. Un descapotable precioso, que fue pieza esencial de la película, rodada íntegramente en la isla, con Scilla Gabel como protagonista joven, pero también con Mercedes Vecino y otros actores y actrices de renombre en la época.
Yo iba a la playa de Martiánez a ver el rodaje y los municipales que custodiaban el escenario natural me dejaban pasar, porque me conocían: mi padre pasó 25 años de su vida siendo primer teniente de alcalde del Puerto de la Cruz y alcalde accidental varios de esos años. Gracias a eso viví en primer plano el rodaje de las sesiones portuenses de “Mara”, ya digo que una película muy mala, que puede verse en la Filmoteca Canaria (yo la tengo en DVD) y que me impactó… por su actriz. Una vez la proyectamos, me parece, en Azul Televisión e hicimos comentarios sobre el rodaje, los personajes, los coches, los paisajes, etcétera.
Entonces se rodaban pocas películas en la isla. No había incentivos al cine ni nada parecido, pero sí unos escenarios naturales realmente magníficos, que permitían trabajar casi todos los días del año. Pero “Mara” fue especial, sobre todo por la belleza de su protagonista, porque desde el guion hasta lo que ustedes quieran fue un desastre. Sólo ella y los paisajes salvaron el film.
Durante mi estancia en “La Tarde”, desde 1970 hasta 1976, a las órdenes, primero, de don Víctor Zurita –que firmó mi primer carné de colaborador de prensa— y luego de Alfonso García-Ramos, yo hice de todo. Fui redactor de deportes y los fines de semana (de domingo a lunes) dormía en un sillón de la redacción para sacar antes el periódico, ya en la sede de Suárez Guerra, esquina Viera y Clavijo. Mi primer sueldo fue de 7.000 pesetas. Con lo que ganaba me compré un “Rover 2000”, que era un coche de rico. Yo siempre he aparentado ser rico, aunque jamás he tenido un duro, porque me lo he gastado todo. El ahorro no entra en mis principios.
En “La Tarde” pasé años muy buenos y entretenidos, trabajé como un verdadero animal y me ganaba bien el sueldo. Fui de todo: cronista del puto folio diario, maquetista, entrevistador, reportero de mesa y de calle –sobre todo creo que de calle–, cronista deportivo. Conté siempre con el apoyo de don Víctor y de Alfonso y, más que nadie, de mi amigo y gran hombre de prensa –hoy ya un retirado hombre de banca–, Jorge Zurita Molina, hijo de don Víctor. Su memoria es la memoria de “La Tarde”, por la que luchó hasta la extenuación. A mí me había metido en el periódico con calzador su hermano Mario, que era amigo de mi padre. Gracias a Mario Zurita soy yo periodista.
Es una pena que en los sótanos del “Diario de Avisos”, donde entré en 1976, se hayan perdido los tomos con mis artículos de “La Tarde”, que dejé guardados allí y desaparecieron. Y como me fui de mala manera, pues no los recogí. En el Diario viví el 23 F, siendo también director en funciones por ausencia del titular. Redactamos un editorial en defensa de la libertad y la democracia.
¿Por qué me fui del Diario de mala manera? Pues porque defendí públicamente y en primera página, con todas mis fuerzas, a unas pobres mujeres reclutadas en un jeep militar en Miraflores y violadas a punta de fusil por unos soldados de reemplazo, que lloraban porque no querían hacerlo, obligados por sus jefes, un día de Santa Bárbara, en una batería de costa de esta isla. Como si fuera una gracia, en homenaje a la patrona de Artillería.
Creo que el asunto llegó a Estrasburgo, pero no se tomaron represalias contra los oficiales causantes de la tropelía. Yo era por entonces redactor-jefe del periódico, cargo al que ascendí, más que por mis méritos, por no secundar una huelga salvaje del Partido Comunista y sacar el periódico a la calle. Pero esto se había convertido en historia. La Asociación de la Prensa me expulsó por esquirol y, meses después, me nombró su presidente. ¿Ustedes se lo explican? Yo no.
Un domingo, tras el día de Santa Bárbara, me tocaba trabajar a mí como director y denuncié la tropelía cometida en el cuartel. Me echaron del periódico. Aquel periódico, tan de derechas, no podría publicar esas cosas. Pero no contaban con que yo amaba más mi profesión que la ideología del ”Diario de Avisos”, del que era subdirector y consejero. Y tenía que defender a aquellas mujeres.
Me concedieron, unos meses después, el premio Libertad de Expresión, que tengo colgado en mi despacho. La verdad, no me han dado demasiados premios en esta vida: la Medalla de Plata de la Cruz Roja, una condecoración de Venezuela por ser amigo de Morel Rodríguez, gobernador de Nueva Esparta; y un premio literario en mi adolescencia (texto que ni siquiera escribí yo, sino un salesiano llamado Carlos Saravia, con mi firma, y que he recuperado gracias a una vieja amiga que lo guardaba). “Interviú” me entrevistó después del suceso de las chicas de Miraflores y quedé como un héroe, sin serlo. Las heroínas fueron ellas, que me lo contaron y además protestaron porque no les pagaron lo que les prometieron, sino que aquellos militares las vejaron y las amenazaron. Y luego las echaron de allí como agua sucia.
En “La Tarde” conocí a excelentes periodistas. Por ejemplo, al gran entrevistador, Vicente Borges; al cronista lírico y gran orador Álvaro Martín Díaz, Almadi, padre de mi amigo Enrique Martín-Braun; naturalmente a mis directores, los enormes escritores y periodistas don Víctor Zurita Soler y Alfonso García-Ramos; a un humorista fino y elegante, ligón y caballero, José Alberto Santana, “Altober”, autor de la famosa sección diaria “Instantáneas”; a Gilberto Alemán, Juan González, el poeta Ángel Acosta. Una de las fotos que acompaña a estas líneas muestra al personal del periódico, de redacción y talleres, junto a una miss, en la vieja rotativa de “La Tarde”, en el último año de estancia del vespertino en el callejón del Combate, antes de pasarnos, creo que en 1971, a la definitiva sede de Suárez Guerra, esquina Viera y Clavijo. La foto es de Ramos, aquel fotógrafo al que cogió un toro en la plaza de Santa Cruz y que casi nunca tenía carrete en la máquina, porque tampoco tenía dinero para comprarlo. Eran economías de guerra.
Fíjense mi afición por los periódicos, que, de niño, esperaba la guagua que llevaba “La Tarde” al Puerto de la Cruz para leer el periódico. No me perdía, en “El Día” una entrevista de aquel gran periodista que fue don Luis Álvarez Cruz y quien bajo su gesto hosco y de mala leche escondía un corazón de oro. A mí me despreciaba porque sólo era alumno de periodismo en aquella época. Una vez me dijo, en una rueda de prensa: “La Tarde” nunca manda periodistas, sino chiquillos”. Yo le dije: “Don Luis, que usted me dio sobresaliente”. Y entonces me respondió: “Es que usted es una excepción”.
Yo me atrevía con todos: con artistas, con escritores, con literatos, con futbolistas, con boxeadores, tenistas; la creme de la creme. Recuerdo que en 1970 se celebró en el hotel Taoro, en el Puerto de la Cruz, un congreso mundial de profesores de español. Vinieron especialistas de varios países de Europa y América, que me enseñaron el boom de la novela hispanoamericana, pero sobre todo me hablaron de García-Márquez, por el que siempre he tenido una gran admiración. Me he leído todo lo suyo. Ahora estoy releyendo su tomo de memorias. Y colecciono ediciones de “El Coronel…”, compradas en un montón de países que he visitado. Quien más sabe de “Cien años de soledad” es el profesor y amigo Juan-Manuel García Ramos, que tiene publicadas ediciones muy difundidas y documentadas que comentan situaciones, personajes, entorno y entresijos de la novela acaso más importante del siglo XX.
Conservo algunas fotos de esa época, aunque en mis crónicas para distintas publicaciones he ido dejando algunas, sin devolución por parte de los responsables. Pero algo queda. Las fotos refrescan mi memoria, como una entrevista a Massiel tras ganar Eurovisión; o a Marisol, que tenía una amiga en Tenerife (no recuerdo el nombre y lo lamento). O a Mary Santpere. Todas cuelgan de las paredes de mi despacho y no sé qué va a ser de ellas cuando me muera porque me da que mis hijas no tienen, como yo, cierto complejo de Diógenes. Así que sólo perdurarán gracias a las hemerotecas.
He oído que ahora se celebrarán unos actos con motivo de cierta efemérides de “La Tarde”. Me alegro, ese fue un gran periódico, del que no guardo sino buenos recuerdos. Me acuerdo del disgusto que se llevó Alfonso García-Ramos, que era mi amigo, cuando le dije que me iba al “Diario de Avisos”, donde en 1976 me pagaban 30.000 pesetas por la jefatura de Deportes. Con eso vivíamos mi mujer y yo. Mis hijas no habían nacido todavía.
Gracias a esos periódicos viajé por todo el mundo. Probé coches nuevos, de paquete, en las fábricas de “Peugeot”, “Seat” y “Fiat”, en Francia, España e Italia. Viajé a fábricas de aviones en los Estados Unidos. A Indonesia, invitado por Casa-Nurtanio. para probar los CN 235 que luego volarían en Canarias, en los inicios de “Binter”. Hice el camino de Santiago con Raúl del Pozo y otros compañeros, invitados por “Seat”, que me regaló un coche –el que yo quisiera y elegí un “Panda” especial— si le entregaba un modelo único, el “Mitsubishi Minica”, una miniatura, que había comprado yo a mi amigo Francisco Hernández, “el Pichote”, patrón de la prestigiosa firma Hernández Hermanos. Francisco no fue mi amigo, fue mi hermano. Hice amistad con personas de gran categoría, como el jefe de prensa de “Seat”, Pepe Gómez Mar, un caballero en toda la extensión de la palabra, de quien guardo un gratísimo recuerdo. O con el periodista y poeta Salvador Jiménez, que fue el albacea literario de César González Ruano. Todos ellos desgraciadamente desaparecidos. Salvador me llevó a ver el “Guernica”, de Picasso, al MOMA de Nueva York, pocos días antes de que regresara a España en un “Jumbo” de “Iberia”. Él era el jefe de prensa de la compañía aérea de bandera española. Con don Mariano Daranas, con Manu Leguineche, gracias a mis reuniones en la agencia Colpisa, en Madrid, representando al “Diario de Avisos”. Fui cuatro años vicepresidente de la FAPE, Federación de Asociaciones de la Prensa de España, con Luis Apostua.
Con mis 77 años, he dejado a mucha gente atrás y esto me entristece sobremanera. Pero otras personas, como yo, viven para contarlo. Es bueno dosificar los recuerdos. Todas estas cosas son parte de la memoria de un hombre ante su máquina de escribir, primero, y luego ante su ordenador. Hasta en esto cambió el periodismo de una manera tan radical. Pasamos de la prehistoria a la modernidad en un plis plas.