La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, ha regresado a Roma con una promesa sin concretar: un supuesto acuerdo arancelario “justo” entre Estados Unidos y la Unión Europea que, según Donald Trump, será realidad “al 100%”. Sin embargo, más allá de las declaraciones grandilocuentes y los gestos de camaradería entre ambos líderes, no se ha firmado ni un solo documento que respalde lo anunciado.
Trump, fiel a su estilo, aprovechó la reunión para insistir en su retórica habitual: Occidente necesita ser “grande de nuevo”, Europa tiene que endurecer su postura frente a la inmigración, y los aranceles que impuso siguen siendo una fuente de “riqueza” para Estados Unidos. Todo esto aderezado con elogios personales hacia Meloni, a quien calificó de “amiga” y “gran primera ministra”, como si el futuro económico de dos continentes pudiera sostenerse en una relación de afinidad personal.
Meloni, que se ha convertido en la primera líder europea en reunirse con Trump tras la imposición de los aranceles, llegó a la capital estadounidense entre bromas nerviosas y expectativas altísimas. Y si bien se mostró confiada en la posibilidad de alcanzar un acuerdo, su intervención se centró más en halagar el ideario trumpista que en defender intereses concretos de la Unión Europea. Hubo referencias contra el “woke”, menciones a la lucha contra la inmigración ilegal y un discurso alineado con el populismo conservador que caracteriza al presidente.
Las promesas de Trump no estuvieron acompañadas de detalles técnicos, fechas cerradas ni mecanismos de aplicación. Tampoco se ofreció ninguna información sobre cómo este “trato justo” afectaría a los aranceles del 20% actualmente en vigor, ni si su retirada será total o parcial.
Por otro lado, el mandatario aprovechó el foco mediático para desviar la atención hacia otros temas. Se lanzó contra Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, a quien tachó de lento por su gestión de los tipos de interés, y volvió a lanzar mensajes ambiguos sobre Ucrania y Rusia. Mientras aseguraba que firmará pronto un acuerdo de explotación minera con Kiev, decía “no estar contento” con Zelenski, al que ya ha acusado de iniciar el conflicto con Moscú. Con Putin, en cambio, aseguró que hablará “la semana que viene”.
En definitiva, el encuentro fue más un acto político de escenificación que una reunión bilateral con resultados tangibles. La retórica del “grande de nuevo” parece funcionar como sustituto de políticas claras, mientras que los intereses reales de la UE siguen esperando, una vez más, a que se pase la espuma del show.