Como en las películas del Far West. Maduro ha puesto precio a la cabeza de Edmundo González Urrutia, presidente electo legítimo de Venezuela. Los pajaritos contra las escopetas. Los delincuentes contra el sheriff del condado. 100.000 dólares para quien permita su captura, lo entregue o ayude a detenerlo.
Los carteles están por todo el país. Habrá un aumento de la recompensa en los próximos días. González Urrutia, exiliado en España, ha prometido que estará “en las calles de Caracas” el próximo día 10 y que jurará el cargo de presidente en la capital de Venezuela. Va a ser difícil que entre por Colombia, porque con el afecto que ambos presidentes –Maduro y el colombiano Petro se tienen— el chivatazo de la entrada le llegará al sátrapa, con toda seguridad.
Con este reclamo, y con su incentivo, Maduro intenta que cualquiera pueda impedir la llegada a Venezuela del presidente que eligieron siete millones de venezolanos, cifra demostrada por más del 80% de las actas electorales recuperadas por la oposición. Maduro ni siquiera ha podido publicarlas, como prometió. No las tiene y las que tiene dan vencedor, por mayoría abrumadora, a su rival. Y no las puede falsificar, aunque lo ha intentado, incluso con especialistas chinos, que hicieron gala –infructuosa– de una paciencia infinita.
El régimen chavista se tambalea, ante la presión de la legalidad y la incredulidad de casi todos los países del mundo, que han condenado las trampas de los chavistas, aunque muchos todavía no se atrevan a reconocer a Edmundo González Urrutia como presidente legítimo.
Ni siquiera la ambigua y timorata Comisión de la Unión Europea, cuyo Parlamento –sin que sea vinculante su decisión— ya lo ha hecho. Curiosa democracia la de la Unión Europea que no tiene un Parlamento cuyas decisiones sean vinculantes. Curiosa confianza la de la UE en los eurodiputados elegidos por el pueblo.
Ahora Maduro, en un intento desesperado de impedir la llegada de González Urrutia a Venezuela, pone precio a la cabeza del presidente electo. Incluso ese reclamo podría poner en movimiento a algún descerebrado que haga daño físico a González Urrutia e intente cobrar la recompensa. Ya lo hemos dicho, como en el Lejano Oeste. Sólo falta un caballo, un revólver y una bala y llevarlo al palacio de Miraflores, liquidado, atravesado en la silla del equino.
Lo de Maduro no tiene límites y lo de sus sicarios, muchos de ellos reclamados por los Estados Unidos por narcotráfico –como el todopoderoso Diosdado Cabello—, parece no tener solución. O es el pueblo quien los derriba, o es una intervención internacional, o quizá un bloqueo comercial y económico, del que sería víctima el pueblo venezolano. Por las buenas no va a irse este asesino sin escrúpulos, que ha convertido a su país en un régimen de terror. En este “Se busca” tienen el ejemplo más palmario.