
Qué raro, a un pueblo inculto y ramplón como es el nuestro –hago las excepciones de rigor— le da de repente por escuchar a Puccini y acude, en masa, al Auditorio de Tenerife, a la primera representación de la semana de Madame Butterfly. Todo el mundo quiere trasladarse a Nagasaki, a escuchar la ópera inspirada en el cuento de John Luther Long y en otras historias, que Puccini recogió en su día en dos actos (creo que hoy son tres), con libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica. Eso, en su versión italiana. Me dicen que la representación fue espléndida y por ello premiada con varios minutos de aplausos y que esta Madame Butterfly es un drama elegante y actual, una Madame Butterfly de nuestro tiempo y que los señores y señoras lloran en el auditorio como magdalenas. Qué bien, qué bonito, qué elegante, qué dechado de cultura y qué desmentido tengo que hacer de que este nuestro es un pueblo de analfabetos funcionales y, por el contrario, se ha convertido en un dechado de cultura. Pues mucho que me alegro. No quería morirme sin verlo. La verdad fue que para conseguir una entrada había que sudar, se agotaron enseguida para los tres días de interpretación y allí estaba eso que llaman “el todo Tenerife”, que en realidad son cuatro gatos, pero gatos representativos. Mucha gente cursi, otra elegante y la verdad es que la versión fue vistosa y espectacular, según me cuenta una persona cercana que fue a verla en mi nombre y en el suyo. A mí la ópera no me gusta, si acaso los temas principales de Carmen, de Aida (la marcha triunfal me pone), etcétera. Pero ya no me muevo siquiera para ver al Real Madrid en el Berrnabéu. Hombre, me encantaba escuchar a Luciano Pavarotti en Rigoletto (La dona è mobile, lo bordaba), pero tampoco es que fuera yo a las Termas de Caracalla para escucharlo en directo, sino que lo hacía en la tele. El bel canto es precioso, pero servidor, como profano, tira más al género chico, a La Zarzuela, porque simpatiza más con don Hilarión y con Casta y Susana y seña Rita que con Cio-Cio San, la gheisa de Madame Butterfly. Pero, claro, admito opiniones. Las crónicas hay que hacerlas así, sueltas, para que nosotros, los que no entendemos de nada y opinemos de todo, tengamos más facilidades para trasladar a ustedes nuestras pobres emociones, nada comparables a las que ayer provocó en el público presente la historia trágica de la japonesa. Y, bueno, repito que fue un éxito para los organizadores y para los participantes y que el público salió muy contento del Auditorio de Tenerife, lleno del todo, gracias a Dios.