Para ponerse a tono y, por tanto, para no desentonar en el nuevo paisaje de las islas, me encontré a Luis Yeray, el competente y sonriente alcalde lagunero, vestido de moro, comiendo con su mujer en el edificio Altagay, en La Punta. Yo estaba de reunión con los Inurria y como me había metido con su vestimenta habitual –traje y chaqueta, como decía, redundando, el gran Domingo de Laguna— en Diario de Avisos, diciéndole que los trajes le quedaban cortos, pues se dirigió a mí para indicarme, refiriéndose a su chilaba: “Esta sí que me queda más holgadita”. Y tenía razón. Uno de los síntomas de que uno se hace viejo es que no se me ocurrió hacerle una foto a Luis Yeray para publicarla aquí. Me faltaron reflejos, quizá porque llevaba a Mini en brazos, y lo lamento, porque habría sido un punto. Se encontraba también por allí mi buen amigo, el concejal lagunero Badel Arbelo, que confirmó rotundamente mi teoría sobre los trajes de Luis Yeray y me dijo que ya había ido al sastre para que se los retocara, porque el alcalde ha engordado y la vestimenta ha menguado. Palabra de Dios. Yo he descubierto algo maravilloso. Todos los vaqueros que me gustan me quedan chicos y una vez me compré en la tienda de Gucci, en Madrid, donde trabajaba la hoy mujer de Cristiano Ronaldo, unos vaqueros cojonudos y carísimos, pero los tengo en el armario, hace unos quince años, porque Gucci no fabrica pantalones para mí. Me quedan chicos.
Pues bien, un italiano que es quien me vende la ropa en el Puerto me ha recomendado a una señora cubana, costurera excepcional, que te saca tela de los vueltos y se la pone al culo de la prenda, con lo cual hace verdaderos milagros. Ya me ha hecho alguno anteriormente y el lunes voy con los pantalones de Gucci para que el italiano, que se llama Franco –ustedes disculpen—, me haga el trámite con la cubana. Cada vez que nombro al tal Franco parece que vulnero la ley de Memoria Histórica, esa memez. Bueno, pues sigo. Ayer me despedí de la crónica cotidiana del Diario de Avisos, aunque conservo la entrevista de Conversaciones en Los Limoneros e inicio una nueva sección los domingos, Leolandia, que ha triunfado varias veces en distintos medios. O sea, que no se extrañen de que mi columna haya volado, porque tengo ya demasiado trabajo y soy viejo de cojones. Ahora todo el mundo empezará a protestar por mi ausencia –o no–, pero la decisión está tomada y comunicada a través de mi último artículo que se titula “Adiós”.
En esa zona de la isla de la que les hablo –La Punta– siempre hay una fiesta: en Tejina, Bajamar, La Punta y esos andurriales constantemente están celebrando algo. Joder, no se cansan de tanto fiestorro y de tanta falta de aparcamiento, aunque yo ayer en La Punta descubrí un aparcamiento vigilado, en un solar, junto a Altagay, que está del diez. Todo un acontecimiento. Pues esto es lo que les tenía que contar; ¿les parece poco?