
Bueno, al grano. Luis Yeray, alcalde de La Laguna, se ha convertido en el gran esterilizador de gatos y les dice a los ciudadanos que atrapen felinos y los esterilicen; poco más o menos, así de contundente. Pero, coño, ¿esta no sería tarea del Ayuntamiento que preside? Que ponga a los concejales a esterilizar a los gatitos, que no tienen nada que hacer (los concejales no los gatos, que están en lo suyo). Han colocado hasta carteles en la ciudad con eslóganes que atentan contra los derechos de los animales, en mi modesta opinión. Luis Yeray debería tener más fundamento a la hora de autorizar estas campañas de dudosa reputación, como diría el portero del Casino de los Caballeros cuando el profesor Hernández-Rubio llevó a las dos putas a una fiesta de la ilustre sociedad chicharrera (no las putas, sino el casino).

En fin, que estoy en contra de esa campaña si se trata de involucrar a los ciudadanos y a favor si es el Ayuntamiento –y no los administrados— el que toma las medidas para que la reproducción de mininos no desborde las sabias previsiones de don Luis Yeray, que se ve que gato no tiene el hombre. Yo a don Luis Yeray lo que le mandaría es un sastre para que le alargue las chaquetas, que parece el hombre un esmirriado con esas prendas tan cortas. Si Verón viviera, era el sastre de mi abuelo, le mandaría a Verón, pero el señor Verón hace años que dio el toletazo. Si usted vive en el Puerto de la Cruz, o visita la ciudad, y no cuenta con garaje propio, o aparca en el Centro Comercial Martiánez o no tiene dónde. Imposible. Los coches de alquiler sin conductor ocupan todos los espacios libres y los ciudadanos pagan el impuesto de circulación, pero el impuesto es baldío, nulo, porque no aporta soluciones a los residentes fijos. No existen estacionamientos sino en los terrenos del muelle, donde el mar te deja el coche hecho una pena. El salitre consigue que a los dos o tres años no tengas coche, sino a lo sumo una o dos ruedas. La maresía se lo come todo. Así que lo primero que hay que exigir al Ayuntamiento es que promocione edificios de estacionamientos, de varias plantas, para comodidad de propios y de visitantes.

Es de justicia. Y vuelvo a cambiar de tema. Las comidas navideñas, exponente máximo de la exaltación de la amistad entre compañeros de trabajo que luego se dan de puñaladas en el propio centro de labor, son un coñazo y una escandalera, muy molestas para los que están comiendo al lado hablando bajito, como los ingleses. O sea, normal. Ya dijo Borges que “el español habla alto, como quien nunca ha albergado la duda”. Pues ahora, releyendo a González-Ruano, encuentro otra frase genial relativa al ruido y al silencio de los paisanos: “El español no solo desprecia el silencio, sino que ama el ruido”. Los dos asertos son muy sensatos y yo los comparto y los bendigo y por eso no salgo en diciembre a comer en ningún sitio. Para no calentarme ni rodearme de magos, que estoy harto de ellos.
