Recuerdo cuando aún era un pequeñajo y los dibujos animados eran precedidos por el telediario de TVE en los fines de semana. Corrían los años 80. Después del telediario del sábado o domingo, que empezaba a las 14:00 horas (en la península, a las 15:00 horas), podías disfrutar de series como Los Pitufos, Sherlock Holmes, Los Trotamúsicos, Alfred J. Kwak, David el Gnomo y La vuelta al mundo de Willy Fog. Incluso, en aquellos años 80 había guiños a los grandes autores de la literatura universal como era el caso de Alejandro Dumas con la serie de dibujos animados D´Artacán y los tres Mosqueperros.
El mítico grupo Mocedades se encargó de amenizar con su música las peripecias de los amigos de Willy Fog y sus enemigos. Efectivamente, no sólo había personajes bondadosos, sino también endemoniados. Si te encontrabas en peligro tenías que silbar. Sólo había que silbar fuertemente para arreglar los problemas, decía la canción Sílbame, que compuso Mocedades para Willy Fog, con una base rítmica que curiosamente puedes detectar en los temas de las solistas actuales como Karol G o Taylor Swift. Aquellos dibujos animados, que podían parecer ingenuos, eran algo más. No hacía falta acudir a la violencia para llamar la atención del telespectador. Y es que la violencia no sirve para explicar nada.
Aunque no vieras el telediario desde el comienzo, en el resumen final te recordaban los principales entresijos de la realidad social del momento y en ese justo instante, tras unos segundos, empatabas con los dibujos animados que comenzaban a todo color. Muchas de las cosas que pasaban en los años 80 no eran agradables. Tampoco, aquellas series de dibujos animados profesaban el buenismo. Las grandes cuestiones de la naturaleza humana eran abordadas en aquellos dibujos animados tales como la injusticia, el desamor, la amistad, la medicina, la muerte, la salud, la filosofía o el medioambiente. Tengo que reconocer que, mientras veía el telediario y los dibujos animados, almorzaba al mismo tiempo. Nunca fui bueno de boca. La verdad es que con el tándem telediario y dibujos animados todo era más llevadero. La comida era necesaria para sostener el cuerpo. Por su parte, el telediario intentaba abarcar la belleza del mundo a su manera. Y cuando llegaban los dibujos animados, irrumpía el punto de inflexión. Los dibujos animados eran como unos prismáticos que te ayudaban a comprender esa realidad que te había contado el telediario previamente. Pero también, desde luego, eran una herramienta con la que podías analizar la realidad que retornaba cuando concluían los dibujos animados.
Si alguien me propusiera hacer una serie de dibujos animados en la actualidad, probablemente la llamaría Los Trabajólicos. Escogería como protagonistas a Alekséi el Estajanovista y a Henry el Fordista. Ambos fueron precursores de transformar el esfuerzo humano en algo diferente durante el siglo XX en la Unión Soviética y Estados Unidos. Lo importante en el estajanovismo al igual que en el fordismo no era el fin sino el medio, si lo miras desde el punto de vista del trabajador. Lógicamente también en esa manera de concebir el esfuerzo humano había un fin. Ahora bien, ese fin solo se vislumbraba para aquel que se perpetuara en el poder o sacara un beneficio económico. Para el trabajador, el estajanovismo y el fordismo se han solapado. En ambos sistemas, subyace el principio de especialidad o división del trabajo. Cada persona o cada cosa tienen una función específica. Cada persona o cosa se maximiza para conseguir su mayor rendimiento. Desde un punto de vista psicológico o más humano, con la división del trabajo, el día mengua hasta que parece que siempre es de noche. La noche se ha convertido realmente en el horizonte o meta. Los árboles nunca te dejan ver el bosque. Pero a golpe de clic, en internet, encontrarás a un especialista. El mundo se ha convertido en un gran mercado global de analfabetos funcionales.
Hace algunos años un ministro de educación, de cuyo nombre no me quiero acordar, se vanagloriaba de que en España el sistema educativo estaba pensado para estudiar aquello que te gustara. Sin embargo, las inquietudes académicas venían determinadas por el principio de división del trabajo. Durante muchos años toda la formación giraba en torno a especializarse o ser profesional de algo. De esta manera, el principio fundamental del estajanovismo y del fordismo, la división del trabajo, no sólo se ha ido consolidando sino también se ha ido extendiendo a todas las facetas de la vida. Lo puedes encontrar hasta en la sopa. No hacemos ningún esfuerzo por saber qué pasa más allá de lo que vemos y por intentar abarcar la belleza del mundo. La mayor parte de las personas han suscrito una hipoteca en España, pero no saben realmente qué es. O viven en un edificio y no saben cómo un edificio se mantiene en pie. Lo mejor es casi ver el partido de fútbol por la tele, en vez de jugarlo.
Precisamente, hace unos días en un estupendo artículo, El Burgado Digital se hacía eco de una loable iniciativa consistente en que se debe enseñar cómo hacer la declaración del impuesto de la renta sobre las personas físicas a los jóvenes estudiantes. Iniciativas como esa son un rayo de esperanza. Sin embargo, la tendencia general es que estamos transfiriendo todas las inquietudes que nos hacen humanos a cambio del principio de especialidad. La solución no es fácil porque el principio de especialidad es un seductor que está custodiado por una gran cantidad de información. Se suele decir que la información es poder, pero es más humano experimentar con los cinco sentidos. En cualquier caso, de la indefinición surge la creatividad: es algo también muy humano. Si no tienes móvil, descubrirás que con un silbido se pueden hacer grandes cosas. Ciertamente, nuestro refranero dice que el que mucho abarca, poco aprieta. Pero creo que una cosa es transferir la condición humana y otra aferrarse al deseo de comprender las cosas que pasan. Y es que en el próximo artículo tendré que hablar inevitablemente de Los mundos de Yupi.