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sábado, julio 6, 2024

Los guachinches, en general, son una jediondada

Hablo desde el conocimiento que tengo de la cocina canaria, que no existe de verdad, aunque le hayamos dado tanto bombo en los últimos años. ¿Qué? ¿La reducimos a las papas arrugadas, los mojos verde y rojo, el cherne salado, el gofio, el salmorejo, la miel de palma y cuatro cosas más? Bueno, si quieren, vale. Pero una cocina de calidad, sofisticada, en las islas no existe, como propia. Es verdad que encontramos excelentes restaurantes, por cierto cada día más caros. Ya hablaremos de ello cuando toque, en esta sección, que espero dure tanto como el nuevo periódico. Pero yo tengo la sensación de que los guachinches, en general, son una jediondada y se desempeñan en muchas ocasiones en medio de unas condiciones higiénicas que deberían, al menos, ser revisadas por la autoridad competente. Ya no sólo lo digo por esos váteres de los magos, de plato, donde hay que cagar de cuclillas y que siempre tienen la cadena del tirador de la cisterna cortada por los primeros eslabones, por lo que tienes que levantarte con el culo cagado para tirar de ella. Ya saben ustedes que el mago es especialista en poner las cosas difíciles a los demás mortales. Lo mejor de los guachinches son las papas fritas. No sé cómo las hacen, pero las bordan. También, en ocasiones muy señaladas, los chicharrones. Hay unos chicharrones que sirven en La Cueva del Palmero (que no es un guachinche sino un restaurante), junto al teatro Guimerá, en Santa Cruz, que sirven espolvoreados con gofio, que están para chuparse los dedos. Tengo que reconocer que de vez en cuando me llevo un par de taper con chicharrones para comerlos en casa. Los cocina el padre del dueño del restaurante. Fantásticos. Pero le pongo mala nota a los guachinches. A veces la carne es buena y el mago se afana porque el cliente salga satisfecho y, la verdad, no son caros. Pero deberían mejorar un poco en la higiene: ponerle a la maga un pañuelo en la cabeza para que no se le escapen los pelos al plato, usar guantes en ocasiones determinadas y hacer menos cosas con las manos peladas, que luego van al pan. A la crítica hay que echarle humor y eso es lo que quiero hacer yo, cabrear a la gente pero reírme yo. Y, de camino, que se rían ustedes. ¿O no se trata de eso?

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