Bajo un cielo despejado y una brisa primaveral que recorría la Plaza de San Pedro, el mundo se congregó hoy para rendir homenaje al papa Francisco, el pontífice argentino que marcó una era con su sencillez, su compromiso con los más vulnerables y su mensaje de esperanza. La M¡misa exequial, celebrada a las 10:00 de la mañana en el atrio de la Basílica de San Pedro, fue el epicentro de una despedida cargada de simbolismo, solemnidad y emoción, que reunió a más de 250,000 fieles, 130 delegaciones internacionales, 50 jefes de Estado y 10 monarcas, en un evento que trascendió fronteras y credos.
La liturgia, presidida por el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, reflejó los deseos de Francisco de un funeral despojado de pompa, en línea con su vida y su legado. El féretro, un sencillo ataúd de madera con interior de zinc, fue trasladado desde el interior de la Basílica hasta la plaza por los sediarios pontificios, escoltados por la Guardia Suiza. Sobre el ataúd, un ejemplar de los Evangelios abierto, mecído por el viento, simbolizaba la centralidad de la Palabra en la vida del papa. No hubo catafalco ni báculo papal, decisiones que Francisco había estipulado en la nueva edición del Ordo Exsequiarum Romani Pontificis, publicada en noviembre de 2024, para acercar su despedida a la de cualquier cristiano.
La homilía del cardenal Re resonó en la plaza abarrotada: “Francisco fue un pastor que caminó con los pobres, los migrantes y los olvidados. Su legado no debe morir con él”. Sus palabras, pronunciadas en italiano con un tono sereno pero firme, fueron traducidas en 15 idiomas por Vatican News, que transmitió la ceremonia en vivo a millones de personas en todo el mundo. Entre los concelebrantes, 980 cardenales, patriarcas, arzobispos y obispos, vestidos con mitras blancas, acompañaron el rito, mientras los fieles, muchos con lágrimas en los ojos, sostenían rosas blancas y banderas argentinas.
La Plaza de San Pedro fue un reflejo de la universalidad de la Iglesia y del impacto de Francisco. Líderes mundiales como el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, el presidente argentino, Javier Milei, y los reyes de España, Felipe VI y Letizia, ocuparon las primeras filas, dispuestas en orden alfabético según el protocolo vaticano. La delegación argentina, encabezada por Milei, tuvo un lugar de honor, un reconocimiento al país natal del primer papa latinoamericano. También estuvieron presentes figuras como la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el expresidente Joe Biden, quien había recibido a Francisco en Estados Unidos en 2015.
Sin embargo, la atención no solo estuvo en los dignatarios. Entre la multitud, los más desfavorecidos –pobres, migrantes, personas sin hogar– ocuparon un lugar destacado, invitados personalmente por el Vaticano para honrar al papa que siempre los puso en el centro. Antonio, un hombre de 60 años acogido por la Comunidad de Sant’Egidio, expresó con voz quebrada: “Francisco fue un padre para mí. Siempre nos tendió la mano”. Su testimonio, recogido por medios internacionales, encapsuló el espíritu del pontificado.
Tras la Misa, el féretro de Francisco emprendió un recorrido de 6 kilómetros por las calles de Roma, en un papamóvil adaptado que había usado en un viaje a Oriente. El cortejo, escoltado por la Guardia Suiza y seguido por una multitud silenciosa, pasó por lugares icónicos como el Coliseo y la Plaza Venecia, en un trayecto que marcó la primera vez que el traslado de un papa fuera del Vaticano fue documentado en vivo. La Policía italiana desplegó más de 4,000 agentes, drones y francotiradores para garantizar la seguridad, en un operativo sin precedentes.
A las 13:00, el féretro llegó a la Basílica de Santa María la Mayor, el lugar elegido por Francisco para su descanso eterno, cerca del ícono de la Virgen Salus Populi Romani, a la que dedicó innumerables visitas. Frente a la basílica, un grupo de 40 personas –pobres, presos, transexuales, migrantes– esperaba con rosas blancas, un gesto que simbolizó el compromiso del papa con los marginados. La inhumación, un rito privado al que asistieron el cardenal camarlengo, Kevin Farrell, y los familiares de Francisco, concluyó a las 13:30. Sobre la tumba, una sencilla inscripción: Franciscus.
El funeral no solo fue una despedida, sino también un momento de reflexión sobre el impacto de Francisco. Líderes mundiales destacaron su defensa de los migrantes, su lucha contra el cambio climático y su apuesta por una Iglesia “pobre y para los pobres”. En las redes sociales, hashtags como #GraciasFrancisco y #PapaDelPueblo se multiplicaron, mientras en Buenos Aires, el Obelisco se iluminó con su rostro y su frase “recen por mí”. En Roma, las colas para despedirlo en la capilla ardiente, que permaneció abierta hasta la medianoche del viernes, superaron las 50,000 personas diarias.
Mientras el Vaticano inicia los nueve días de luto oficial (Novendiales) y se prepara para el cónclave que elegirá a su sucesor, la Plaza de San Pedro se vació lentamente al caer la tarde, pero el eco de Francisco permaneció. Como dijo un joven fiel argentino, sosteniendo una bandera celeste y blanca: “Él nos enseñó que la fe es acción, no solo palabras. Hoy lo despedimos, pero su luz sigue con nosotros”.