Diosdado Cabello, teniente del Ejército sin que haya logrado ascender, al menos que se sepa, compañero de Chávez, varias veces ministro, señalado como traficante de drogas, metido de lleno en las detenciones irregulares en Venezuela, incluida la de Leopoldo López, ha sido nombrado ministro del Interior por Maduro. El presidente le ha dado un cheque en blanco para disparar a matar y para torturar venezolanos.
A partir de ahora, Diosdado Cabello controla todas las policías del país, incluido el torturador Sebin (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional), el cuerpo policial que comete sus fechorías en un edificio llamado El Helicoide, en Caracas, que también sirve como prisión.
Allí se cometen las mayores atrocidades contra los detenidos políticos de uno de los tres regímenes dictatoriales de Latinoamérica que quedan: Cuba, Nicaragua y Venezuela. En las últimas semanas más de 2.400 personas han pasado por las temidas salas de interrogatorios de El Helicoide. Las organizaciones de derechos humanos califican El Helicoide como uno de los centros de tortura más brutales de Latinoamérica.
Maduro ha colocado al zorro donde quería: en el gallinero. Diosdado Cabello no tiene principios, es un sanguinario, un tipo violento y sin escrúpulos que lo mismo acepta un soborno millonario que permite el tráfico de drogas o interviene en él. Le ha dado Maduro licencia para matar, en una palabra. Para matar y para torturar, detener y amedrentar a inocentes que sólo se oponen a un régimen vergonzoso, impropio del siglo XXI. Un régimen anacrónico y sin principios que legisla a su antojo y a su beneficio, que falsifica documentos públicos como actas electorales y que no presenta las auténticas porque le darían perdedor en las elecciones al sátrapa Maduro.
Con Diosdado Cabello, Venezuela entra en un estado policial, con mucho cuidado de no mezclarse con el poder militar, que capitanea con mano igualmente de hierro el general Wladimir Padrino, ministro de Defensa desde hace más de diez años y hombre fuerte del Ejército. Aunque la Guardia Nacional, que es la gendarmería venezolana, militarizada, también la controla Cabello, éste tiene mucho cuidado en no pisarle los callos a los militares, con quienes cada noche se ve en el Círculo Militar de Fuerte Tiuna, el mayor acuartelamiento de Caracas, situado en el municipio Libertador, en la zona sur de las capital.
Maduro, como hizo Chávez, aunque a veces lo miraba con recelo, le ha dado a Cabello libertad total para llevar a cabo la brutal represión contra sus compatriotas. El que no se rinda ante el chavismo es sospechoso. Por eso hay 2.400 personas más poblando las putrefactas cárceles venezolanas donde no llegan ni los médicos, ni las medicinas; inmuebles indignos, llenos de ratas y donde los internos comen una pócima detestable.
No lo tienen bien los venezolanos que salen a las calles con este animal al frente de Interior. Es millonario en dólares, se cree invencible y se ha permitido amenazar a los que se oponen al régimen: “Nosotros sabemos cómo hacer las cosas aquí”, ha dicho, con una sonrisa burlona, ante las cámaras de la televisión pública, desde las que amenaza a los ciudadanos con unas diatribas que rezuman odio y que a veces, dada su incultura, no sabe terminar.
Este bruto irredento está intentando detener a María Corina Machado y a Edmundo González Urrutia, a quienes sus fieles esconden cada noche en un domicilio distinto. Es muy posible que Edmundo González haya salido ya del país, con la ayuda de naciones extranjeras con representación en Venezuela, aunque este dato no está confirmado. Algunas informaciones lo sitúan en España y otras en Estados Unidos. Pero, repito, no existe confirmación.
Con Cabello, nuevo ministro del Interior, Venezuela y los venezolanos están más en peligro que con Maduro. Usurpados y controlados vilmente los otros poderes —la Asamblea, el Tribunal Supremo, las Fuerzas Armadas, los medios de comunicación, las policías—, este asesino tiene el camino libre para seguir eliminando a los compatriotas molestos y para dejar que muchos de ellos se mueran en silencio en las cárceles habilitadas al efecto. Todo menos ceder el poder.