Según confiesa el autor, con el relato de este fingido y cordial coloquio, La Laguna, un aperitivo infinito, rinde homenaje a esa ciudad en la que García Ramos nació, a las personas nombradas, a las que tanto se echa de menos, y a la Universidad a la que pertenecieron, y al Ateneo, a la cátedra permanente de libertad que fue esa institución y espera que lo siga siendo en el futuro, donde el arte, la literatura, el teatro, el cine y el debate de las ideas han fomentado el diálogo de las generaciones en un escenario de encuentro sin edades, en un lugar donde ha imperado el espíritu regional, una apertura siempre generosa hacia los demás, hacia las demás islas de Canarias. Una ideología que tiene en la Escuela Regional de La Laguna, y a su líder don Nicolás Estévanez, su versión poética, y en el autonomismo y en el liberalismo de personalidades como la de Manuel de Ossuna van den Heede, y en el despliegue de la primera y original bandera de Canarias, su versión política.
La Laguna, un aperitivo infinito, es un divertimento, la acrobacia de un autor multiplicándose por cuatro personalidades que se sientan en un bar coqueto de los bajos del Ateneo de La Laguna, en Tenerife, entre los años setenta y ochenta del siglo XX, a tomarse lo que ellos llaman un «aperitivo infinito», y comienzan a hablar sobre sus quehaceres personales y profesionales, sobre su ciudad, su historia, sus conciudadanos de ayer y de hoy, la vida que pasó y pasa ante ellos, y transcurren las horas y las horas, y se sirven copas y viandas, y la conversación se prolonga durante el mediodía, la tarde, el atardecer, la noche…
Y esa larga charla imita sin demasiadas aspiraciones las históricas tertulias que esa ciudad lacustre ha visto fundarse y desaparecer para siempre víctimas del tiempo y de sus sentencias. Esa ciudad que fue descrita en sus orígenes por José de Viera y Clavijo con esta precisión medioambiental: «La laguna [escribe laguna con minúscula, como le gustaba al querido amigo del autor: José Peraza de Ayala], en aquellos tiempos, en que no se le había dado todavía desagüe y en que los aluviones y avenidas de los cerros circunvecinos no habían elevado su lecho, era un hermoso lago, cubierto por muchas partes de un espeso bosque, entre cuya variedad de árboles sobresalían las mocaneras y los madroños, y a cuya frescura acudían diferentes bandas de aves africanas y del país».
Pongamos que esa larga conversación pudo ocurrir y que el autor de esa obra espió a esos contertulios. Estamos en el estricto territorio de la literatura, con el permiso de las personas evocadas y con todos los respetos y la admiración por ellas, cuyos diálogos son producto de la sola imaginación de Juan-Manuel García Ramos.
Y por esa conversación transitarán los asuntos más dispares, desde los entresijos de la enseñanza universitaria contados por sus profesores más ilustres, hasta los problemas de traducción de autores como Nietzsche o Ernst Bloch, las amistades con Heidegger, las guerras europeas y la guerra española del 36 y la implicación de los protagonistas, la grandeza de la filosofía, los cuentos y las coñas de la ciudad, la evocación de personajes respetados como don José María Balcells o don Jacinto Alzola, los teatros ambulantes de la ciudad, o las anécdotas de las bambalinas del Teatro Leal, la destrucción urbanística de La Laguna durante los años setenta del siglo XX, las opiniones sobre La Laguna de visitantes ilustres como Elizabeth Murray, Adolphe Coquet u Olivia Stone, la presencia carismática del poeta Manuel Verdugo, los recitales y las bromas de don Ramón Gil-Roldán, la rica naturaleza lagunera, Anaga y el Llano de los viejos y la vejez como preocupación, el nacimiento del Instituto de Estudios Canarios, la figura de don Manuel de Ossuna y van den Heede, el regionalismo y la primera bandera autonomista en el Ateneo, el paso de Unamuno por la ciudad, las librerías de ayer y de hoy, Nivaria Tejera y Mercedes Pinto y su vecindad lagunera, la rivalidad entre La Laguna y Santa Cruz, actividades culturales del Ateneo de La Laguna y cosmopolitismo de Gaceta de Arte, el Palacio de Nava y la Ilustración de su tertulia y de las concurridas tertulias de esa época, el nacimiento de la Real Sociedad Económica, los cabarets de La Cuesta, la Punta del Hidalgo disfrutada por don José Peraza de Ayala, San Diego del Monte y la presencia posible de Teobaldo Power y Nicolás Estévanez en sus meriendas estivales, las anécdotas sobre los invitados por el Ateneo, César González Ruano…
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(*) JUAN-MANUEL GARCÍA RAMOS. Escritor, catedrático de Filología Española de la Universidad de La Laguna, es, desde 2021, catedrático emérito de la misma universidad, y miembro de la Academia Canaria de la Lengua.
Como creador tiene publicadas seis novelas, la última de las cuales, El delator, apareció bajo el sello de Mercurio Editorial en 2021, sello en el que también se editará próximamente su séptima novela, La expulsión del paraíso.
Por la fundación y dirección de la Biblioteca Básica Canaria le fue concedido en México, en 1997, el Premio Internacional José Vasconcelos.
En 2006 obtuvo el Premio Canarias de Literatura, el máximo galardón de las letras insularespor el conjunto de su trayectoria creativa, crítica y docente.