No soy joven y tampoco soy vieja, pero estoy en esa edad en la que ya la mochila nos va pesando, y empezamos a dominarla, a no dejar que nos distraiga, a ser mi voluntad la que quiere vaciarla de todo aquello que no tenga contenido real, de lo que me empuje los hombros hacia abajo y de todo lo que parezca inocuo.
Es una mochila a la que pensé que le había dado libertad, que no necesitaba etiqueta, que podía transportar de todo, que se hacía limpieza ella misma y se volvía a llenar; se llenaba de sentido común y expresaba ella misma su ser, pero últimamente una fuerza exterior la ha llevado a necesitar etiquetarse para seguir en uso, necesita saber qué contenido es el correcto, aunque sea el equivocado para sus características, y se le quiere clasificar para que no pueda moverse de ahí, para que no pueda expresar su verdadera valía; se le obliga a limitarse, a no vaciarse de contenido insulso y devastador.
Pasan los días y sigue ahí, ya no se incomoda por el contenido, lo acepta y hasta parece querer adaptarse a él para poder sobrevivir, para que no se le eche a un lado, porque quiere seguir formando parte, aunque no sabe ni de qué.
Ante un pequeño atisbo de rebeldía se le etiqueta con adjetivos despectivos que han convertido en coloquiales, le intentan incluso poner un parche para que silencie su malestar y no vomite todo lo que lleva dentro, quieren que siga en uso, porque en el fondo la precisan para que cargue, transporte, mueva y hasta alivie la pesada carga que le toca llevar.
Aún así, no parece convencerse de que es una mochila etiquetada, y entonces empieza su periplo particular, necesitan que vuelva a ser aquella mochila que no puede escapar de su adjetivo, se le obliga a seguir protocolos de restauración, la vaciarán aún más del contenido necesario para vivir, para actuar; si no funciona activarán el protocolo del miedo, la intentarán apartar aún falseando la realidad; si todavía así no funciona, activarán el protocolo climático para convencerla de que la lluvia le va a hacer mal y el sol la va a desgastar, le aplicarán cualquier protocolo ante cualquier mínimo síntoma que se detecte aunque no sea su patología; necesitan que viva a expensas de cómo dé lugar.
Y entonces cae al suelo tan fuerte que me asusta, y decido que no soy joven, pero tampoco tan vieja, como para no dominar mi mochila, para vaciarla de lo que me carga, y cargarla con lo que me vitamina.