Edmundo González Urrutia no debió anunciar jamás que iría a Venezuela a tomar posesión de su legítimo cargo, si no lo iba a conseguir. Un hombre de Estado debe ser responsable de sus actos. Dio pie a que Maduro se pegara un vacilón sobre su no presencia. Venezuela se ha consolidado como una dictadura y Maduro durará seis años más –si no hay intervención externa, algo altamente improbable, dados los intereses de otros países en Venezuela—. En realidad, durará lo que quieran los llamados “gorras grandes”, sus generales. ¿Qué es tentadora la recompensa por detener a los dos golfos narcotraficantes Maduro y Diosdado?
Sí, son 25 millones de dólares por barba. Pero estos salen poco de Fuerte Tiuna, donde se creen intocables. No recuerdan quizá que los de Blackwater (ahora se llaman Academi) tienen planos detallados de Fuerte Tiuna, tomados por aviones-espía de los Estados Unidos, indetectables para las pobres defensas aéreas de Venezuela, que datan de la época de Pérez Jiménez. Y estos mercenarios no se andan con chiquitas, porque un satélite espía, o un dron travieso, mucho más moderno que los que manejó Diosdado para detener a Corina Machado durante una hora –esta vez no se atrevió a torturarla, como ya hizo en el pasado— puede causar un estropicio en el mayor acuartelamiento del país, situado en Caracas.
Maduro, en su discurso de camionero, se volvió a centrar en la conquista española y en su presunto genocidio, mientras Zapatero estaría viéndolo en la tele, batiendo palmas con las orejas, bueno, batiendo orejas, y Sánchez copiando (es lo suyo) sin parar los métodos de su colega, el sátrapa del otro lado del océano. En Venezuela hay dos mundos. Ya se dice en la crónica que abre esta edición. Uno es el de los cerros, que ha sido de nuevo armado por el chavismo. Estas armas, como ocurre siempre, serán luego utilizadas en las guerras entre bandas de los fines de semana en Caracas, sobre todo, y en la delincuencia común.
Es peligroso armar a un pueblo en nombre la revolución. El otro mundo es el acomodado, calentito en sus casas mientras unos pocos entusiastas –muy pocos, esa es la verdad— se han echado valientemente a la calle, con una mujer-coraje al frente, una mujer que, si tiene miedo, no se le nota: María Corina Machado, la verdadera líder del país. La representación internacional fue pírrica: Díaz-Canel, Daniel Ortega (que dejó a su mujer asesina al frente de Nicaragua, creo), un par de embajadores, una comunicación oficial de felicitación del despistado presidente de Bolivia, Luis Arce, y otra de la mejicana Claudia Sheinbaum, que ni ella misma entendió y que le dictó, a toda prisa, Luis Manuel López Obrador, de profesión tonto de capirote.
Qué bajo han caído estos y otros países del continente americano latino. No lo duden: el lunes se abrirá la frontera con Colombia, cerrada allá en Táchira, la gente volverá al trabajo, si lo tiene, los restaurantes –incluido el Urrutia, mi favorito— seguirán abiertos y la gente continuará hablando de política en un país fantástico, que fue ejemplo de todas las libertades. Edmundo González Urrutia volverá a España en cuanto saquen a su yerno del lugar donde lo tienen retenido –probablemente el Helicoide— y aquí paz y en el cielo gloria. Si alguna “gorra grande” con poder quiere ganarse 50 millones de dólares, que reclute soldaditos en Fuerte Tiuna y meta a Maduro y a Diosdado en una tanqueta hasta que los recoja un Chinook de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. O que Blackwater, a mí me gusta más llamarla así, organice una extracción nocturna, tipo CIA, en Fuerte Tiuna, y los saque a los dos colgando de las orejas hasta un portaviones. Tarea más que complicada. Maduro seguirá ahí y los venezolanos continuarán su diáspora. Nos queda un consuelo: no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista.