El presidente del Comité Olímpico Español, Alejandro Blanco, había estimado que España superaría a Barcelona 92, en cuanto a número de medallas obtenidas, y que nuestros deportistas ganarían, por tanto, más de 22.
Se equivocó, pero es verdad que los cuarenta y tantos diplomas olímpicos conseguidos dan a entender que estuvieron a punto de conseguirlo. Son muchos cuartos puestos y también mucha mala suerte en alguna de las actividades. Recordemos a Carolina Marín, que se destrozó las dos piernas por jugar a un ritmo frenético para conseguir el oro.
Es posible que los juegos de París, que han pasado como una Olimpiada bien organizada y con caóticas ceremonias de apertura y clausura –que es lo menos importante—, puedan animar a España a cambiar su modelo de preparación, de cara a Los Ángeles dentro de cuatro años.
Quizá lo que falte es organización, una financiación más adecuada y una estructura federativa, en general, que permita conocer lo que tenemos y cómo lo vamos a explotar, de cara a unos juegos olímpicos. Y mucha coordinación
España, como país, no vive su mejor momento y esto se nota también en el deporte. El deporte olímpico tiene que tener una estructura de simbiosis entre lo privado y lo público. Los clubes son la esencia de los éxitos y el Comité Olímpico Español debe seguir minuciosamente deporte a deporte, a ver lo que tenemos. Y acertar a la hora de establecer los mínimos para estar en los próximos Juegos.
18 medallas no es un resultado demasiado pobre, pero tampoco nuestro mejor resultado. Yo escuché hablar hasta de 27 medallas antes de los juegos. ¿Pudieron ser? Ahí tienen a Peleteiro, que no dio la talla; y al baloncesto masculino; y al balonmano masculino. Son deportes y modalidades en los que esperábamos más y finalmente no fue posible.
En España, el deporte olímpico nunca fue una prioridad y el espaldarazo que dio al país la Olimpiada de Barcelona se desmoronó antes de tiempo. No entusiasmó demasiado a los atletas, a los clubes, a todos los relacionados con el olimpismo.
Hemos tenido, eso sí, cinco medallas de oro, entre las cuales está la del fútbol, que nos consagra y nos consolida como potencia mundial en este deporte. El fútbol femenino, en una crisis eterna de maledicencias internas y externas, se desmoronó en París. Ellas fueron campeonas del mundo, pero los líos han ocupado demasiado tiempo en sus quehaceres. El deporte necesita sosiego y tranquilidad.
En fin, que se acabó París, con sus aciertos y defectos. El resumen sí que está en las medallas, pero también en el esfuerzo. No ha sido un fracaso rotundo, pero tampoco el acierto que se esperaba. Habrá que sentarse a reflexionar.