Cartagena de Indias. Fredy Martínez es el tipo que más sabe de la vida y la obra de Gabo. Cuando llegamos en busca de la puerta de la casa de Gabriel García Márquez, aquí, en Cartagena de Indias, seguíamos la descripción que, años atrás, habían hecho dos periodistas en la vieja Radio Burgado. Y después de preguntar a varios lugareños por la ubicación del inmueble, descubrimos en él varias puertas. Pero ninguna de ellas remotamente parecida a la descrita en el popular programa El Mañanero, en aquella emisora de tan grato recuerdo para nosotros. Los datos fundamentales nos los ofreció Fredy Martínez, el portero del restaurante de un hotel de lujo ubicado en un antiguo convento de clausura, justo enfrente de una de las fachadas de la casa de Gabo, en la ciudad colombiana. Nos contó que la casa la había comprado el autor de “Cien años de soledad” a un árabe, que se había quedado fascinado con la historia de los Buendía, tras la lectura de dicha novela.
También que la puerta que yo vigilaba era aquella por donde las monjas sacaban a los muertos del cólera, una información que los empleados del hotel evitan ofrecer, pues en ese mismo lugar se encuentra hoy el spa del establecimiento y no es cuestión de asustar a la distinguida clientela. Esta historia que nos cuenta Fredy fue la que llevó al autor de Aracataca a escribir su novela “El amor en los tiempos del cólera”. Fredy no paraba de aportarnos datos abrumadores sobre las inspiraciones que encontró el Nobel durante sus estancias en el barrio. Yo lo dejé largando su monólogo a Cristina, mientras me puse a sacar unas fotos del exterior de la casa. Gracias a que una pareja de clientes llegó a cenar al restaurante nos pudimos despedir de Fredy para ir a tomar unos cubatas, abrumados por la húmeda noche caribeña.
En realidad, no habíamos hecho otra cosa que seguir las indicaciones de aquella pareja de viejos reporteros de Radio Burgado, en los tiempos en que atábamos los perros con longaniza, y con el desenfoque de las cosas que da el tiempo, pues ya se sabe que la historia nunca llega hasta nosotros como fue, sino como nos la cuentan. Un perro aullaba levemente en la noche húmeda de Cartagena de Indias, donde los recuerdos y las realidades se entremezclan gracias al hilo conductor del bochorno y de las voces grabadas en el aire. Gabo es inmortal y la visión de su casa una inspiración para refrescar la eterna memoria del genio. Tras un postigo fugazmente levantado me pareció ver la silueta del coronel Aureliano Buendía, pero me da que fue una alucinación pasajera. El coronel realmente limpiaba su viejo revolver en la misma puerta por donde sacaban los muertos del cólera, una puerta digna de una oficina de telégrafos.
Nostálgica evocación.