Florecen las hortensias, esas flores mundanas que en verano no se decoloran, sino que se hacen frondosas y bellas y se arremolinan en enormes ramilletes de arco iris. Las hortensias están presentes en los jardines y no hay que tocarlas. Son flores de mundo, que no valen para ramos, sino para dejarlas quietas. Pitita Ridruejo, esposa de embajador, que en gloria esté, decía siempre que a ella no le gustaban las flores cortadas, sino las flores con tierra, flores vivas. Una vez vino a Tenerife la mujer que hablaba con la Virgen y yo le regalé una maceta con un rosal plantado, lleno de rosas. Me habría gustado regalarle una huerta de hortensias, pero las huertas no caben en los aviones.
Me ruega un amable lector que le recomiende un libro para los días que faltan de agosto. Le he dicho que lea los artículos de ese anarquista literario que era Julio Camba, que se enamoró de París y ahora han reeditado sus artículos sobre París. Que es una ciudad que yo no he entendido del todo, aunque me enamoré de ella todavía más cuando he visto varias veces la película de Woody Allen “Medianoche en Paris”. No se la pierdan. Si tienen Movistar, la pueden rescatar de la guía. Es un filme de viaje al pasado, en el que aparecen Toulouse Lautrec, Cole Porter, Degas, Picasso, Hemingway, T.S. Eliot, Scott Fitzgerald y un montón de genios más, uno detrás de otro, cruzando la frontera del tiempo a la medianoche en un viejo coche con chófer uniformado. Yo, una vez, en París, con coche uniformado y novia informal, pasé unos días espléndidos, cuando atábamos los perros con longaniza. Me alojé en un precioso hotel, creo que el Intercontinental, cerca de la Opera y mi amiga era espectacular, metida en un visón. Me comí un pato numerado en la Tour d´Argent, cené en Maxim´s, visité en Moulin Rouge, paseé por el Puente del Alma. Cuando vi esa película deseaba volver al pasado en aquel Mercedes de alquiler, que en mi caso no se salió de las calles actuales de París, ni tenía la mínima intención de echarse al vuelo de los sueños. Lo pasé bien en París, que es una ciudad que te lo da todo si tienes dinero. Como cualquiera otra. Ahora, con la Olimpiadas, me he vuelto a recorrer París en sueños, pero no es lo mismo, porque aquella chica que tenía una vida tan ajetreada no sé ni siquiera dónde está. Le perdí la pista en Londres. Una lectora de mis Memorias me pregunta que por qué no asciendo o desciendo a mi vida privada en ellas. Pues porque no, por eso, porque es privada. Se cuenta lo que se tiene que contar.
Por ejemplo, que mi amigo Pepe González Carrillo, que va a cumplir 90 años, tiene la intención de acudir este año a los partidos de fútbol del Tenerife, al palco, en su condición de ex presidente. Ayer vi a Paulino Rivero en Los Limoneros y le dije: “Paulino, menos comidas y más goles”. Me dio la razón pero 50 personas del Tete estaban allí. Como ya no voy al fútbol no conocí a ninguno. Y paseando por La Ranilla recordé que en medio del barrio hay un risco, casi invisible para todo el mundo, que se llama La Peñita, como la parroquia ranillera. Es un risco, ya lo dije, y hasta allí llegaba el mar en tiempos muy remotos, por lo que se ve. En lo alto hay una cruz. Le hice una foto porque yo tampoco me acordaba de La Peñita, ideal para montar una antena de televisión. Aunque las antenas de televisión ya casi no se usan, ¿no?
La Hortensia siempre marcó mi infancia, esos jardines de la casa de mis abuelos,..qué descripción más bella,…la flor del mundo….