La oposición liderada por Alberto Núñez Feijóo ha decidido dar un paso más allá en su estrategia de confrontación con el Gobierno. El Partido Popular ha convocado una manifestación en Madrid para el próximo 8 de junio, en lo que promete ser un nuevo acto de presión pública contra Pedro Sánchez, al que acusan de haber cruzado límites “incompatibles con la decencia democrática”. Vox se ha desmarcado.
El líder popular ha enmarcado esta iniciativa como una respuesta a lo que califica de “situación inaceptable” generada por el Ejecutivo, al que asocia directamente con prácticas que ha descrito, sin matices, como “mafiosas”. “Esto va de democracia o de mafia”, llegó a afirmar Feijóo en un mensaje que ha causado incomodidad incluso en sectores moderados del propio PP, por su carga incendiaria.
Aprovechando el contexto de tensión política, Feijóo también ha llamado a los partidos que sostienen al Gobierno de coalición a desmarcarse del presidente socialista apoyando una moción de censura. Asegura que si no lo hacen, pasarán a ser “cómplices de esta degradación”. Pese a que el PP no cuenta con los apoyos suficientes para que dicha moción prospere, el anuncio funciona como un mensaje simbólico con una clara intención: retratar a los socios del PSOE como corresponsables de lo que consideran un deterioro institucional.
Aunque desde Génova presentan la manifestación como una llamada a “la defensa de la democracia”, para muchos analistas la jugada tiene un claro tinte electoral y se inscribe en una escalada retórica cada vez más polarizada. La idea de “llenar las calles” mientras “se espera a las urnas” sugiere que el PP busca mantener viva la tensión política hasta las próximas elecciones europeas o incluso generales, apelando al desgaste emocional de una parte del electorado.
Lo que para algunos es una reacción legítima ante presuntos escándalos gubernamentales, para otros es una peligrosa instrumentalización del descontento ciudadano, que sustituye las vías institucionales por el ruido callejero y el dramatismo político. Feijóo se presenta como canalizador de una “rabia social”, pero corre el riesgo de quedar atrapado en una narrativa maximalista que limite su margen de maniobra si no consigue los resultados esperados.