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Tenía 100 años. En 2002 le concedieron el Nobel de la Paz. Merecido, porque procuró la distensión con Rusia, logró los acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel tras la Guerra de los Seis Días.
Había sido senador demócrata por Georgia antes de llegar a la Casa Blanca derrotando a Gerald Ford. Ocupó el cargo entre 1977 y 1981. Ayer domingo murió Jimmy Carter, 39º presidente de los Estados Unidos de América, demócrata. Y protagonista de acciones de paz en plena guerra fría.
Sólo los fallidos intentos diplomáticos y de comandos para liberar a los 66 rehenes americanos capturados por Jomeini en la propia embajada USA, en Teherán, le costaron la reelección a la presidencia. Luego el asunto lo arregló Ronald Reagan.
Su mayor logro fueron los acuerdos de Camp David entre Israel y Egipto, tras la guerra de los Seis Días, durante la cual los israelitas se apoderaron de la península del Sinaí.
Cuando la invasión de Rusia a Afganistán, que supuso un gran disgusto para Carter, el presidente se mostró beligerante contra la Unión Soviética y armó al Ejército de muyaidines afganos. A la larga, muy a la larga, todo derivaría en Al Qaeda, pero no se le puede culpar de eso a Carter, precisamente.
Porque era un pacifista y un hombre bueno. Ha sido el presidente más longevo –en cuanto a edad— en la historia de los Estados Unidos. Durante su mandato se establecieron relaciones diplomáticas con China y habría hecho mucho más si hubiese repetido mandato, pero Jomeini se lo impidió: no pudo Carter con el extremista religioso iraní, que subió al poder tras la caída del Sha.
Sufría los achaques propios de la edad. Recibía cuidados paliativos en su casa. Había nacido en Georgia, estado del que, como hemos dicho, había sido senador antes de acceder a la presidencia de la nación. También fue gobernador de su estado natal.
Estaba casado con Rosalyn Smith Carter, tuvieron tres hijos y suya fue la idea y, exitosa, de la Fundación Carter, que tanto ha hecho por la paz durante muchos años.